Lo decíamos hace unas semanas, según los expertos en tendencias del turismo, se avecina un resurgir del viajar en grupos organizados, si es que alguna vez estuvo de capa caída. Puede resultar sorprendente porque son pocos los que aseguran en voz alta que les gustan este tipo de viajes: Un rebaño de turistas siguiendo a una señora de paraguas rojo; alternar día tras día con extraños que no tienen por qué caerte bien; depender del ritmo de esa señora y esos extraños para ver un monumento o incluso ir al baño.
A priori parece todo lo opuesto al placer que entendemos por viajar, pero no podemos olvidar que durante muchos años viajar en grupos organizados ha sido la mejor opción para viajar barato y sin preocupaciones. Así lo entendieron los touroperadores que nos llevaban en autobús a ver siete países europeos en cinco días, y con la misma idea surgió el paradigma de este formato: el Imserso que tantas alegrías ha dado a los jubilados y a las costas españolas en temporada baja.
Pero la otra gran ventaja -y al mismo tiempo inconveniente- de viajar en grupo es conocer gente, por ejemplo para escribir un libro. Os lo cuento más abajo.
Las nuevas formas de viajar en grupos organizados
Ahora que el turismo del libre albedrío es accesible para casi todo el mundo, que las ofertas de viajes están a la orden del día, y que sabemos el suficiente inglés como para sobrevivir por nuestra cuenta en el extranjero, parecería que viajar en grupos organizados se convertiría en una costumbre obsoleta, como la de facturar las maletas. Sin embargo, si algo sabe el turismo en general, y los touroperadores en particular, es reinventarse, y por eso los viajes en grupos han evolucionado hacia la especialización, tanto en el tipo de turismo, los destinos, o en los propios viajeros.
Hace tiempo que oímos hablar de los viajes de singles, esas excursiones de solteros en grupo para los que no les gusta viajar solos o los que aspiran a encontrar el amor entre monumento y monumento. Pero ahora podemos encontrar viajes para todo tipo de perfiles que pretenden unir a personas con intereses comunes más allá de los propios viajes: el turismo deportivo en las montañas del Canadá, el turismo religioso en Jerusalén, el turismo ecológico en una granja búlgara, o el gastronómico/enológico en cualquier región de esta España nuestra.
Incluso da igual el destino si lo que importa es el grupo: padres separados, gays, discapacitados, amantes de Faulkner; cualquier viaje es bueno para los que quieren viajar entre similares. Y así llegamos al deseado colectivo millenial, que últimamente está en todas partes, y que suma a la precariedad económica, el aspecto single y juvenil para optar, como dice este artículo, por viajar en grupos organizados que les solucionan las vacaciones, la fiesta y los amigos nuevos (¿Salou? ¿Otra vez?) Eso sí, siempre que todo tenga wifi, porque no hay nada que una más al viajar que una red social.
Por otra parte, y aunque no lo parezca, aún quedan destinos un tanto inaccesibles para los que es mejor, conveniente, prudente, y además, mucho más económico, viajar en grupos organizados. Son viajes como los safaris africanos, el conflictivo Oriente Medio, la inhóspita Antártida, o la hermética Corea del Norte, donde por otra parte, tampoco te dejan ir por tu cuenta.
Viajar en grupos organizados y convertirlo en relato de misterio
Personalmente no soy fan de los viajes en grupo, pero en algunas ocasiones han resultado la mejor opción y, a pesar de sus aspectos negativos, me ha «fascinado» (que cada uno entienda las comillas como quiera) conocer a una diversa galería de viajeros, cada uno de su padre y de su madre, que durante un breve espacio de tiempo conviven contigo.
Así sucedió, por ejemplo en Jordania, donde no nos apetecía confiar en el transporte público y resultaba mucho más económico y libre de preocupaciones contratar un viaje completo. El tour nos llevaba desde Ammán a Petra y desde allí al desierto de Wadi Rum, para ver luego el Mar Rojo y el Mar Muerto.
Para ello nos desplazábamos durante largas horas por caminos literalmente desiertos en un microbus, más bien una vieja furgoneta que, gracias a dios, tenía aire acondicionado. Estaba conducida por nuestro guía Jordano-Palestino y le acompañaba un policía turístico que nos hacía de escolta, haciendo palpable que era mejor viajar en grupo por aquellas carreteras.
Durante cinco días convivimos en esa furgoneta con el reducido grupo de viajeros que nos acompañaba y que resultó ser de lo más variopinto: Un joven español recién casado con su adorada esposa francesa, un jocoso matrimonio que no paraba de comprar y dejar propinas astronómicas a cualquiera que le saludara, una familia quejica e insoportable -en todos los viajes organizados la hay- con su joven y extraño hijo adolescente; o un matrimonio andorrano formado por un sobrio ex-policía y su pizpireta señora.
¿Todos estos personajes encerrados durante días en una furgoneta a través de los áridos paisajes de Jordania? Agatha Christie habría hecho una novela con mucho menos. Por eso el relato de Jordania del libro Viajeros Infrecuentes está inspirado en estas personas reales que conocí, y es un humilde homenaje a esas obras de misterio en las que un grupo de personajes aislados se enfrenta a un crimen sabiendo que entre ellos hay un culpable.
Vamos, que os he contado todo esto como excusa para responder a la pregunta que me hacen más a menudo ¿Las historias de Viajeros Infrecuentes están inspiradas en la realidad? En este caso, sí.