Un tour por Jordania

Jordania es un país ‘inventado’. Inventado por los británicos que tras la segunda guerra mundial dibujaron sus límites, impusieron un rey y les dejaron ahí a que se entendieran con sus vecinos. Desde entonces la historia de Jordania ha estado marcada por esos vecinos, por las guerras con ellos y por las oleadas de inmigrantes refugiados que han ido conformando su población con una mezcla de palestinos, iraquíes, sirios… Además de los beduinos que tampoco entienden mucho de fronteras. Pero el terreno donde se creó esta Jordania tiene mucha más historia y mucho más que ver además de Petra.

Nosotros llegamos a Amán, la capital, un domingo por la noche, y con esa buena planificación que caracteriza a los viajeros infrecuentes, dejamos la visita de la ciudad para otro momento que nunca llegó, así que desconocemos si merece la pena visitarla. Si alguien va, que nos lo cuente. Lo que hicimos fue salir en seguida en un tour que nos llevó por las áridas tierras jordanas. Subimos al Monte Nebo desde donde, según la biblia, Moisés señaló a los israelíes la tierra prometida justo antes de morir. Por eso en este monte, más bien una colina, hay una pequeña iglesia cristiana -en este país tan musulmán- que ofrece vistas al secarral en el que se asienta Tierra Santa. En días claros se puede ver Jericó, el Río Jordán, el Mar Muerto o incluso Jerusalén. Se dice que fue aquí donde otro profeta escondió el arca de la alianza, y avanzando por estas tierras yermas también pudimos visitar las ruinas de las fortalezas que los cruzados construyeron para intentar defender su pedazo de tierra santa conquistada. Ya os digo que visitar Jordania tiene mucho de Indiana Jones.

Pero para ver un desierto espectacular, de los de dunas de arena que salen en las películas, hay que ir a Wadi Rum, también conocido como Valle de la Luna. Los paisajes son magníficos y las vistas cambian completamente con la luz del sol. Es por esto que merece la pena alojarse en un campamento en medio del desierto para poder apreciar el atardecer, el amanecer y el cielo estrellado durante la noche. Si además te agasajan con un cordero cocinado bajo la arena y una cerveza de extraperlo, mejor que mejor.

Recorrimos un trecho del desierto a lomos de un camello, siempre acompañados por un beduino y un policía, por lo que pudiera pasar, y aunque la experiencia es exótica y te sientes todo un rey mago, no es el medio de transporte más cómodo que haya conocido. Mucho más apasionante la excursión en un 4×4 descubierto -ataviados con turbantes, cual señores de la guerra- con el que recorrimos las enormes extensiones de arena para visitar las impresionantes formaciones rocosas como ‘Los siete pilares de la sabiduría’ (en la foto) o lugares tan emblemáticos como el hogar y el escondite que utilizó Lawrence de Arabia mientras organizaba junto a sus aliados árabes las batallas que tendrían un papel decisivo en el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial.

Después de tanto desierto necesitábamos ver agua, así que visitamos el Mar Rojo en el Golfo de Áqaba, donde Jordania cuenta con una pequeña salida al mar junto a cuatro de sus vecinos: Arabia Saudí, Israel, Palestina y Egipto. En esta zona tan delicada del mundo, las fronteras están bien marcadas hasta en el mar y los barcos de guerra israelíes y egipcios señalan amenazantes el punto exacto en el que comienzan sus aguas territoriales. Todo un contraste con los hoteles, embarcaciones turísticas y los jardines del palacio del Rey.

Desde Áqaba discurre una carretera paralela a la frontera terrestre con Cisjordania, una franja de 200 metros de “tierra de nadie” en la que descubrimos las obras del muro que pronto separará Jordania e Israel a lo largo de toda su frontera salvo en un punto, el otro mar que comparten ambos países. El Mar Muerto es en realidad un lago alimentado por el río Jordán, que se encuentra a 416m por debajo del nivel del mar y cuyas aguas poseen una concentración de sales y minerales muy por encima de lo normal. ¿A que os acordáis de ver en los libros de texto aquella imagen de gente flotando en el Mar Muerto? Pues eso, nos metimos y flotamos como boyas incapaces de darnos las vuelta sobre nosotros mismos. Lo que no recuerdo que dijeran los libros es que si tienes alguna herida, aunque sea un pequeño rasguño, vas a ver la estrellas según entres al agua, y por supuesto, nada de meter la cabeza ni hacer ahogadillas si no quieres perder los ojos.

Y todo esto, más Petra, en cinco estupendos días, antes de pasar la temible frontera de Israel.

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