He ido de vacaciones a Formentera. Como si fuera una estrella, un influencer, un oligarca en yate, un hippy, pero de los que manejan. He ido fuera de temporada, eso sí. En estas semanas en las que están pintando los hoteles y chiringuitos deluxe para que estén más blancos y relucientes que nunca.
La elección de destino de Fuerteventura a Formentera no ha sido cacofónica, sino respondiendo a una política de uso y disfrute de islas nacionales, mientras el turismo internacional se termina de recomponer. La elección de ir en mayo ha sido, entre otras cosas, estratégica. Aprovechar el puente de mayo madrileño tiene sus ventajas en los destinos turísticos más apetecibles: hay menos gente, suele ser más económico, y empiezas a contar con unas temperaturas razonables que no te asegura la Semana Santa.
Te arriesgas a que te llueva algún día, que nos llovió, y te tienes que aguantar y quedarte en el hotel mirando el mar que, ojo, sigue siendo azul, azulísimo, hasta en los días grises. Todo magia, de esa que tienen en las Baleares. Y si alguna mañana amanece nublado, que amaneció, es el día perfecto para una caminata por alguna de las treinta y pico rutas verdes que tiene la isla (ya lo sé, parece mucha ruta para tan poca isla).
Formentera a pie
Nosotros fuimos recorriendo lo que nos pillaba más a mano, empezando por la ruta que lleva desde el pueblo de Es Caló al Pilar de la Mola y que transcurre en parte por el Camí de Sa Pujada, un camino empedrado (de aquella manera) que se conserva desde la época romana, y que trascurre al borde unos acantilados de impresión y unos miradores que permiten observar la estrecha franja que une las partes oriental y occidental de Formentera. El camino eso sí, no está tan bien alicatado como se le presupone a los romanos, hay que llevar calzado cómodo y evitar perder los dientes por el camino.
Desde el pueblo de El Pilar, seguimos caminando entre campos y huertas hasta el Faro de la Mola, situado en el extremo oriental de Formentera sobre unos acantilados con vistas al ancho Mediterráneo. Si eres de los que les gustan los faros por ese «no sé qué» de fin del mundo que tienen, hay que verlo. Para la próxima nos queda el más cinematográfico faro de Cap de Barbaria.
Desde El Pilar de La Mola, previa cerveza de recuperación en Can Toni, también parte otra ruta, pinares adentro, que desciende hasta la costa sur en Es Ram, un pequeño recodo de aguas azules y barcas de pescadores, y desde allí, sin sendero ni indicaciones, conseguimos llegar de alguna manera a las playas del sur.
Las playas de Formentera
Las playas, aquí quería yo llegar. Aunque hace años tuve la oportunidad de quedarme impactado por las famosas e impresionantes playas de Es Trucadors, en la reserva natural las Salinas, en esta ocasión nos dedicamos a las playas de esa gran bahía de la cara sur de Formentera: Es Migjorn, Es Códol, Es Arenals, Es Copinyar… Todo lo que empezara por Es y tuviera arena lo hemos pateado. Y qué arena blanca y fina, qué calas desiertas para nosotros solos, qué agua azul turquesa de película… Y qué fría estaba el agua también, pero era imposible no bañarse, el mar te llama.
Como joya de la corona, la playa escondida de Caló des Morts, que con ese nombre igual no es muy segura, pero sí que es muy vistosa. Sobre todo al atardecer, con el sol cayendo sobre el oeste de Formentera y reflejándose en el mar.
Como de playas iba la cosa, destaco también las de Es Caló y Ses Platgetes, en la cara norte de ese itsmo que hace que Formentera sea una sola isla y no dos, y que también tienen unas vistas como para tomarse una caña y dejarse encandilar.
Hablemos de las cañas: los famosos chiringuitos de Formentera en los que tienes que dejar un órgano vital en prenda para poder tomarte una cerveza, no los hemos conocido. No sé si son leyenda o están esperando al verano para subir los precios. El caso es que en cada terraza «de diseño» en la que hemos disfrutado, casi a solas, de unas cervezas con vistas al mar, hemos pedido la cuenta casi con miedo para descubrir que todos son más baratos que la Plaza de Cascorro de Madrid.
Puede ser también efecto de la pretemporada. La sensación que da Formentera a principios de mayo es que todo se prepara para un tsunami turístico. Los chiringuitos están ultimando sus retoques, una mesa de dj aquí una hoja de palmera allá. En cada bar, tienda u hotel al que entras hay algún aprendiz que acaba de llegar y se está preparando para el verano. La exposición de motocicletas, de las más baratas a las más instagrameables, empiezan a formar hileras interminables en los puestos de alquiler. La imagen me abruma, mejor la pretemporada.