«Dejarlo todo y largarme a una isla remota». Es un deseo que puede encajar en cualquier queja rutinaria o en los propósitos más drásticos del año nuevo. Tengo el libro perfecto para el que se lo esté pensando, pero cuidado con lo que se desea.
Hace tiempo, no sé muy bien cómo, descubrí la existencia de Tristán de Acuña, denominada «la isla más remota del mundo» por ser el lugar habitado más lejano de cualquier otro lugar habitado. Me fascinó. Un pedacito de tierra volcánica en medio del Atlántico Sur en el que tan solo viven un par de centenares de personas -todos obviamente emparentados entre sí- que necesitan una semana de barco para llegar a cualquier otro lugar civilizado. ¿No os da curiosidad? A mí sí, por eso investigué este lugar en su día, en la distancia, por supuesto, en mapas y enciclopedias, para conocer sus características y su historia.
Pues resulta que no hace mucho me regalaron un libro con una colección completa de islas remotas entre las que Tristán de Acuña es solo uno más de esos parajes que parecen fantásticos. El libro se llama Atlas de Islas Remotas y la autora es una tal Judith Schalanzky, que se propuso crear un manual de referencia para todos esos que algunas vez han deseado exiliarse a alguna isla perdida. Pero cuidado, que la autora deja bien claro desde la portada que son islas a las que nunca irá porque, como bien indica el prefacio:
El paraíso es una isla, el infierno también.
Y es que las islas remotas suelen ser más apetecibles en la imaginación que en la práctica y por eso son mucho más atractivas cuando se las lee que cuando se las visita.
El Atlas de islas remotas es una colección de cincuenta islas agrupadas por sus respectivos océanos. Algunas son muy conocidas como la Isla de Pascua o la histórica Santa Helena, pero de otras muchas nunca habíamos oído hablar. Algunas son paradisíacas, como la Isla de los Cocos en el Pacífico y otras, inhóspitas hasta en el nombre, como la Isla Decepción cerca de la Antártida.
El estilo del libro es muy similar al Breve atlas de los faros del fin del mundo: una ilustración y una página de información por cada isla, en la que se incluyen los datos básicos de ubicación, extensión, número de habitantes o distancia (enorme) hasta otros lugares habitados. Además, se añade una línea temporal con los principales hechos históricos (muy breve, que no estamos hablando de Roma sino de islas en las que lo normal es que haya ocurrido entre poco y nada).
A estos datos les acompaña un texto en el que se relata, brevemente y de un modo muy literario y ameno, las principales características o hechos históricos del lugar: cuánto llueve, qué frio hace, cómo de exótica, idílica o terrorífica es, quién la habitó, quién la conquistó, o quién pasó por allí y ni se atrevió a pisarla. Por ejemplo:
Soledad se encuentra en el Polo Norte. La isla hace honor a su nombre: es fría y desolada. Aquí no vive nadie, una antigua estación polar se desmorona sobre la nieve. En esta isla se encontró una vértebra de una bestia de un tiempo que no es el nuestro; un par de años después un submarino alemán bombardeó la estación meteorológica matando a todos los trabajadores.
Otro ejemplo:
El 18 de julio de 1871, el navío postal inglés HMS Megaera encalla en un bancal de guijarros a la entrada de un cráter de la Isla de San Pablo; la tripulación logra llegar a salvo hasta la orilla, donde se encuentran a dos franceses que les dan una cálida bienvenida. Uno de ellos se autodenomina el Gobernador, tiene treinta años y está algo tullido. El otro, que se autodenomina el súbdito, tiene una constitución formidable, es un alpinista que no teme escalar las cumbres más altas de la isla…
Este atlas singular es un libro de los bonitos, para tener a mano, decorando una mesa o estantería, y consultar de vez en cuando para descubrir alguna isla distinta cada vez. Aunque también puede ser un libro para estudiarlo, para leer echando un ojo al Google Earth y descubrir vía satélite los detalles que se describen en el libro.