Perdido en Nueva York

Lugares donde me he perdido en Nueva York

Estos días me he topado con una noticia que parecía hablar de un turista perdido en Nueva York y he pensado “mira que es difícil”, y al mismo tiempo “qué bien, perderse en Nueva York”.

A no ser que te suceda algún percance como el que contaba la semana pasada, es muy difícil perderse en Nueva York por dos sencillos motivos: en primer lugar, porque con las calles y avenidas tan bien numeradas, muy mal se te tiene que dar la orientación para no saber dónde estás y adónde tienes que ir. Y en segundo lugar, porque estamos tan familiarizados con esta ciudad de tanto verla en películas y series, que es como si estuviéramos empadronados allí.

Perdido en Nueva York, Times SquareAun así, es muy recomendable intentar perderse a lo Macaulay Culkin, vagar por las calles solo o en compañía, aprovechando que es más seguro de lo que parece, e intentar encontrar rincones secretos. Digo «intentar» porque Nueva York está más trillado que el heno de Pravia, secretos no vais a encontrar. Los que han vivido allí, a lo Elvira Lindo y Muñoz Molina, pueden listar sus lugares preferidos particulares, pero los vulgares turistas nos tenemos que conformar con perdernos entre la multitud. Yo lo he practicado:

La primera vez que fui a Nueva York con un grupo de amigos, contábamos con un guía excepcional que tenía preparado un perfecto itinerario para recorrer cada calle que tuviera algún elemento interesante. Creo que me perdí por primera vez en la histórica Isla de Ellis, donde me quedé como los inmigrantes en cuarentena, mientras veía a mis amigos marcharse en el ferri. También me perdí en un desfile multitudinario en la Quinta Avenida, cuando iba camino del Metropolitan y me vi inmovilizado por la muchedumbre de portorriqueños que celebraban su día nacional. Aunque es verdad que siempre he preferido las fiestas callejeras a los museos, no hay mal que por bien no venga.

Hay muchas formas de perderse

Nos perdimos todos juntos en Harlem, buscando una de esas iglesias de barrio auténticas donde cantan pero no cobran, y nos tragamos enterita la ceremonia de reparto de diplomas escolares de la comunidad negra, aderezados con gospel amateur. Y nos perdimos también algunas noches en los bares de mala y buena muerte del East Village, donde las copas son mínimas y aun así saben a rayos, y la fauna que los habita tienen todo lo extraño que pueda uno esperar de Manhattan.

Me gustó perderme más de una vez en el barullo de Times Square, tan aborrecible para los neoyorquinos como el de la Puerta del Sol para los madrileños, pero fascinante para los turistas. Con esas luces y pantallas que te dan epilepsia si las miras mucho tiempo, y ese ajetreo de tiendas abiertas a las dos de la mañana. Fue antes, claro, de que la evolución llegara a Madrid con las pantallas en Callao o los Carrefours abiertos las 24 horas.

Perdido en Nueva York, Hotel TrumpMi segundo viaje a Nueva York fue por trabajo, y tras casi perderme en el control de inmigración, pasé tres días perdido en la inmensidad de la Torre Trump (en esos momentos aún era divertido).

Una de las noches nos escapamos con un grupo de colegas argentinos al más puro estilo «siga a ese taxi» y nos perdimos en el Meatpacking District, que es lo más moderno de la ciudad (o al menos lo era hace un año y medio; la modernidad en Nueva York se mueve más deprisa que en Malasaña) y recorrimos infructuosamente las puertas de todos los locales de moda. Solo las puertas, porque no pudimos entrar en ninguno de ellos: en unos había mucha cola, en otros pedían entradas desorbitadas, y en el último, una especie de garaje en el que colgaba ropa interior del techo por toda decoración, no nos dejaron entrar por no llevar los pasaportes encima.

Donde sí pudimos entrar, esta vez guiados por amigos residentes, fue a una pequeña y estrecha tienda de barrio, llena de mostradores antiguos con todo tipo de baratijas y bisutería. Tras dar nuestro nombre a la dependienta, nos abrió lo que parecía la puerta de la trastienda o el almacén, y entramos perdiéndonos en un enorme restaurante con lámparas de araña, escaleras señoriales y camareros vestidos de gala al estilo de los años 20, como si nos hubiéramos colado en un local clandestino de la ley seca. No recuerdo mucho más de la noche. Nos perdimos.

La noticia con la que me había topado, por cierto, al final trataba sobre el turismo que perderá Nueva York debido a las políticas de Trump. Y con eso sí que estamos perdidos.

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