Hubo un tiempo en el que mientras Europa se sumía en la oscuridad de la Edad Media, Córdoba se convertía en la ciudad más culta, avanzada y poblada de todo el continente. Fue la capital de un imperio y aquella época dejó huella en sus calles y edificios para permitir hoy en día sea la ciudad con más espacio protegido por la UNESCO y la provincia con mayor número de Patrimonios de la Humanidad.
Por eso, los que pretendemos ver Córdoba en un día nos quedamos muy, pero que muy cortos. Afortunadamente, íbamos de viaje de repaso, y aprovechamos la visita express para centrarnos en algunos de sus tesoros más destacados:
La Mezquita de Córdoba
Si hay un monumento que destaca en Córdoba por tamaño, historia y belleza, esa es la mezquita. Uno de los monumentos más visitados de toda España, una de las mezquitas más grandes del mundo y al mismo tiempo una de la catedrales más extravagantes que hayáis visto.
La Mezquita de Córdoba se construyó como la casa de Cien años de soledad, cada cabeza de familia que llegaba añadía una ampliación para que cupiera más gente. Todo partió de una pequeña basílica visigoda que aún se conserva en los sótanos, y cuando los musulmanes llegaron al poder, desde los Abderramán hasta Almanzor, cada emir o califa que llegó se metió en obras para echar los muros un poco más para allá y dar cabida así a más población.
Con las ampliaciones venía también el pavoneo para demostrar poder y riqueza. Lo que al principio fue economía de aprovechamiento luego fue derroche: más columnas con mejores mármoles, más arcos y bóvedas, celosías más elaboradas…
Para cuando llegaron los cristianos ya no había más que ampliar si no querían echarse al Guadalquivir, pero bastante hicieron con no derruirla. Al contrario, aprovecharon la coyuntura para cristianizar la Mezquita, primero con una capilla real en la que enterrar un par de reyes, y ya en el siglo XVI con una enorme nave cristiana, gótica, renacentista y hasta manierista que por cierto, no gustó nada a Carlos V, que era muy católico, pero sabía apreciar otros estilos.
La visita guiada a la Mezquita de Córdoba es una lección de historia, arte, y religión. En cada columna y cada recoveco se descubre el paso de la historia de la ciudad. Eso sí, lo mejor es que te lo cuente un experto para no acabar contando columnas sin más.
La judería
Córdoba vivió en sus momentos de esplendor la convivencia de tres culturas, árabe, judía y musulmana, y aunque esa mezcla propició grandes avances, también tuvieron mucha trifulca por esas cosas que tienen las religiones de predicar el amor y practicar la guerra.
Los judíos, que en estas cuestiones siempre solían tener las de perder, acabaron recluidos en una zona específica de la ciudad que se llamó, claro, la judería. Se encuentra al oeste del casco histórico, entre las murallas de la ciudad y la mezquita, y se compone de un par de calles centrales y un laberinto de callejuelas en el que es difícil orientarse incluso con navegador.
La entrada oficial a la judería se encuentra en la Puerta de Almodóvar, y entre sus estrechas calles blancas y floridas se puede uno encontrar estatuas como la del filósofo Maimónides, el museo sefardí o los típicos patios cordobeses como el que acoge el zoco artesanal de la ciudad.
Pero el monumento más importante de la judería es sin duda la antigua Sinagoga del siglo XIV que sirvió de templo hasta la expulsión de los judíos y que fue redescubierta «el otro día» cuando a la ermita de turno le aparecieron unos grabados en hebreo. Esto, por supuesto, os lo explicará mejor alguien con estudios y título de guía.
El Puente Romano
¿A qué más puede dar tiempo en un solo día en Córdoba? Pues a comer salmorejo y flamenquines en alguno de sus restaurantes, a ser posible con un buen patio. Pero también es imprescindible recorrer el puente más atractivo de la ciudad.
Aunque fue remendado en la Edad Media, el Puente Romano de Córdoba data nada menos que del siglo I, por lo que pasear sobre sus 16 arcos sobre el Guadalquivir, es ya de por sí un aliciente al que hay que añadirle la mejor vista del casco histórico de Córdoba. Una manera de despedirse de la ciudad tras una visita exprés.