Viajar con mi madre

Viajar con mi madre

El jardín chino de la amistad de Sídney es un vergel oriental de flores, agua, carpas, piedras y paseos de madera. Hace años lo descubrí junto a mis padres como parte de su viaje a Australia y, mientras les esperaba a la salida, ojeé un libro de visitas en el que los turistas dejaban unas breves dedicatorias tras visitar el complejo. Para mi sorpresa encontré una línea, escrita en español y con una letra muy familiar, que decía «Muy bonito todo, como si fuera China».

—Pero ¿escribiste esto antes de entrar a verlo? —le pregunté a mi madre.

—Sí —me respondió con naturalidad —por si acaso luego no nos daba tiempo.

La frase nos ha seguido durante el resto de nuestros viajes, y aún nos sirve para alabar un lugar aunque no hayamos tenido tiempo de verlo o incluso si lo hemos encontrado cerrado, «Muy bonito todo, como si fuera China». Pero además, describe muy bien dos aspectos de la forma de viajar de mi madre:

Por un lado, esa previsión que debe ir en el gen de todas las madres, y que no solo le permite estar preparada para cualquier eventualidad con lo que lleva en el bolso o la mochila (agua, galletas, kleenex, protector, lo que se te ocurra), sino que además le da la oportunidad de decir todo lo que dicen las madres pero en nuevos entornos: ponte la gorra, ponte crema, abrígate, coge el paraguas, ¿te quedaste con hambre?, coge del mío que yo no quiero más… No importa que haga 20 años que vives fuera de casa, las costumbres de madre no se pierden ni viajando.

Por otra parte, esa frase describe muy bien la actitud para ver lo bonito de las cosas. Me atrevo a decir que a mi madre le ha gustado casi cualquier sitio al que he viajado con ella, y en ninguno ha ahorrado muestras de admiración. Por eso tengo la feliz sensación de que a ella en realidad le da igual donde estemos viajando porque lo que le gusta es estar con mi padre y conmigo. Tanto es así, que creo que fue suya la idea de plantarse en Australia con mi padre, ante la perspectiva de que pasáramos una Navidad separados. Gracias a eso, a día de hoy aún puede afirmar, cada Navidad, como un reto cumplido, que «nunca hemos pasado una Nochebuena separados».

Hay una cosa que mi madre no ha mejorado con los viajes, y es que tanto en aquella ocasión como en otras sucesivas, ha dejado claro que no tiene intención de hablar inglés, ni siquiera un hello o un thank you, por eso cuando alguien le dice algo ella sonríe ampliamente y me señala como indicando, «para cualquier información, este chico». Tampoco es que eso le suponga un gran impedimento, yo la he visto entenderse perfectamente por señas con una señora belga para preparar una comida, o admirar junto a una joven china un espectáculo de fuegos artificiales con continuos intercambios de sonrisas de admiración.

Mi madre y yo por el mundo

Por lo que me cuentan, el primer viaje de mi vida lo hice con mi madre. Yo solo tenía un mes y nos íbamos a Bilbao a ver a mi padre. De aquello no tengo recuerdo, pero muchos años más tarde volvimos a viajar los dos solos, esta vez a Madrid. Yo era poco más que un adolescente y nos plantamos en la capital a resolver asuntos administrativos.

El problema es que el vuelo se retrasó mucho y al llegar al hotel ya habían cancelado nuestra reserva y cedido nuestra habitación a otros huéspedes. No había más habitaciones libres, así que de repente nos vimos con las maletas en medio de Cuatro Caminos, a la una de la mañana, sin tener donde alojarnos. Acabamos guiados por una señora de lúgubre aspecto que nos llevó hasta lo que decía que era su pensión, pero en realidad era un viejo piso que sin duda había vivido tiempos mejores y más limpios. Sobrevivimos.

Igual que en ningún momento hubo señal de preocupación en su cara, mi madre tampoco se quejó lo más mínimo cuando me siguió a pie por todos los rincones turísticos de Madrid, y eso que caminamos tanto y tanto, que se le cayeron las uñas de los pies. Cuando llegamos al Parque del Retiro solo dijo «Yo estoy un poco cansada, ¿tú no?».

Entiendo que esa es la misma serenidad con la que viaja en el asiento de atrás del coche cuando viajamos los tres, observándolo todo y haciendo el comentario oportuno en cada momento. Por todo esto, ¿cómo no me va a gustar viajar con mi madre? 

Ya os lo comenté una vez, los que tenéis oportunidad de viajar con vuestros padres, no dejéis de hacerlo. Yo estoy esperando el próximo viaje con ellos.

 

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