Panza de burro de Andrea Abreu

Panza de burro literaria

Empecemos por los básicos. Para mí el término Panzaburro siempre fue un concepto muy específico y muy localizado: la denominación que se da a la masa compacta de nubes de color grisáceo -como la panza de un burro- que cada verano se cierne como una maldición sobre Las Palmas de Gran Canaria.

Panza de burro sobre el norte de TenerifeHace poco descubrí que en mi isla, en Tenerife, también se extiende la Panza de Burro sobre los pueblos del norte. Me explico mejor: lo que descubrí es que también usan el mismo término, no sé si como una imitación reciente de la isla vecina, o si siempre se llamó así mientras yo vivía en la ignorancia soleada de Santa Cruz.

Lo de que la bruma se estanca en el norte de Tenerife al toparse con la cordillera del Teide lo sabe cualquier canario desde que estudia los vientos alisios. O cualquier turista que busca playa y reserva hotel en el sitio equivocado. No lo digáis muy alto para no estropear el negocio, pero lo del seguro de sol solo se da en un lado de la isla. Justo, justo, qué casualidad, en el lado de donde sacan las previsiones del tiempo.

Panza de burro de Andrea Abreu

A lo que iba. Mi descubrimiento lingüístico lo he hecho a través de un libro del mismo nombre: Panza de Burro de Andrea Abreu. Una historia que parece sencilla y no lo es. Cruda, escatológica, feísta, y aun así tierna. Un relato destinado a revolucionar la literatura canaria por utilizar sin complejos el vocabulario y expresiones del lugar.

Tampoco hay que llevarse a confusiones. La editora, Sabina Urraca, lo deja claro en el prólogo:

«Panza de burro no es una historia que refleje el habla canaria, porque es solo el habla de un lugar concreto, de dos niñas concretas, de cien viejas concretas».

Y tiene razón, pero el caso es que un tinerfeño al leerlo identificará gran parte de ese vocabulario que se escucha en la calle pero no se suele ver por escrito, y hace que me pregunte qué porcentaje del libro será capaz de entender un peninsular. Pero oye, lo mismo debió preguntarse García Márquez, y mira.

Vuelo a citar a la editora, porque me identifico con sus palabras:

«De lo que me di cuenta en ese instante era de que nunca había leído literatura actual, joven, brillante, que transcurriese en la isla en la que me había criado, que aprovechase su magia lingüística, que mostrase su extrañeza, su mezcla esquizoide».

La otra cara del destino turístico

El pueblo donde se desarrolla la historia no se menciona específicamente, pero por las distintas referencias se entiende que se trata de Icod de los Vinos, el municipio de nacimiento de la escritora. Está situado en el noroeste de Tenerife, a una distancia de Santa Cruz que hoy es larga y hace veinte años era como para hacer noche por el camino.

Icod de los vinosSe trata de un pueblo en cuesta, como casi todos en la isla, sobre una ladera inmensa que baja desde el Teide -el amenazante vulcán, que dicen las niñas- hasta la promesa de la Playa de San Marcos. Aparece en las guías turísticas por alguno de sus atractivos como el tubo volcánico de la Cueva del Viento o, sobre todo, el famoso Drago milenario.

Sin embargo, Panza de burro no va del atractivo turístico. No es ningún escaparate preciosista. Al contrario, refleja la otra cara de la isla y de la gente, la que no aparece en los folletos. El turismo aquí es solo un marco de fondo ineludible que muestra la mano de obra de los municipios del sur o los privilegios inalcanzables de los turistas europeos. Pero las protagonistas apenas tienen que ver con eso, sino con una realidad asfixiante.

«El cielo era todo nubes y tierra. Yo a veces pensaba que nosotros éramos los culpables de toda esa tierra flotando en el aire: la capa de nubes negras que taponaba el cielo no dejaba salir nuestras respiraciones y el aire se iba volviendo pesado hasta que empezábamos a ahogarnos».

La panza de burro es la metáfora del estado de ánimo plomizo de las protagonistas y del barrio entero, es el clima que envuelva a la lectura y el regusto que deja después de leerla:

«El cielo amaneció tan tapado que a la gente del barrio nos daba ansiedad de que lloviera o de que hiciera sol, pero que por favor no siguiese amenazando sin tomar un camino o el otro».