Palacio da Pena en Sintra

Los palacios y miradores de Sintra

Hay un palacio de colorines en lo alto de una montaña. Está rodeado de bosques que esconden tesoros históricos y tiene vistas al Atlántico en todo su ancho. A unos 30 kilómetros de Lisboa se encuentra Sintra, algo así como el Versalles portugués. La residencia y retiro de los Reyes de Portugal que es hoy uno de los principales atractivos turísticos del país.

En la vieja estación del pueblo de Sintra hay una cola de turistas interminable. Lo digo en presente porque está ahí de forma perenne. Da igual que sea un día laborable o que hayan terminado los meses de verano, la cola de gente sigue ahí. Lo que esperan es poder subirse a uno de los autobuses de la línea circular 434 que se pasan el día dando vueltas al recorrido histórico-turístico de Sintra. Es casi la única forma de llegar porque caminando se sufre la dureza de las cuestas hasta llegar a lo alto de las montañas, y en coche se puede uno atascar hasta la temporada que viene.

El Palacio da Pena en Sintra

¿Y qué hay que ver para que haya tanta expectación? Pues muchas cosas como el Palacio Nacional o el Castillo Dos Mouros, pero de entre los distintos edificios históricos de Sintra destaca de lejos el Palacio da Pena, que además de permitir muchos juegos de palabras a los visitantes, es una visita imprescindible.

Palacio da Pena en SintraEl palacio parece de juguete, por sus colores estrafalarios y sus formas arquitectónicas tan extrañas, como si fuera una atracción de parque temático de cartón piedra.

Su forma es resultado de su historia: En su origen el palacio fue apenas un monasterio dedicado a la Señora de la Pena, que quedó derruido durante el terremoto de Lisboa. Más de cien años después, el rey consorte Fernando II de Portugal, se enamoró del lugar y mandó reconstruir el edificio para convertirlo en residencia de verano de la familia real. La residencia oficial estaba al pie de la montaña, tampoco creáis que veraneaban muy lejos.

La construcción fue lenta y abarcó todo tipo de estilos, parece que con la condición de que empezaran por neo: neogótico, neorenancentista, neoislámico, neomanuelino… Pero para resumir se dice que tiene un estilo romántico propio del siglo XIX cuando les daba por mezclar cosas exóticas.

El Palacio y todo su entorno están considerados Patrimonio de la Humanidad desde 1995, lo que a menudo garantiza que es un lugar digno de ver y que hay que pagar por ello. Aquí va un consejo viajero: si os queréis ahorrar otra cola al llegar, comprad la entrada vía online, lo podéis hacer con facilidad desde el propio autobús que os lleva hasta allí.

La entrada permite visitar el palacio por dentro, por aquello de ver el lujo antiguo con el que vivían las casas reales, que nunca nos cansamos de envidiar. Cámaras, recibidores, dormitorios, salones de baile… Todo eso con mucho terciopelo y mucho cuadro. Lo normal para un palacio.

Sin embargo, el exterior no desmerece en absoluto, las vistas a la costa de Sintra y Cascais desde aquí arriba son espectaculares. Además, el entorno es un parque natural donde, por ejemplo, te puedes acercar a ver la vistas del palacio desde la Cruz Alta, un monumento en el punto más alto de la montaña. También descubrir entre bosques y senderos, la estatua de Fernando II, mesas octogonales, establos, invernaderos, lagos, capillas, chalets…

¿Os estáis cansando de leerlo? Pues esto no es nada, para ver todo lo que hay que ver en Sintra, hay que pasar varios días. El Castillo de los Moros, el Palacio Nacional, El convento de los Capuchinos, el Palacio de Montserrat, el Palacio de Queluz son otras de las opciones que nosotros hemos tenido que dejar para otra ocasión.

El extremo de Europa

En la costa de Sintra hay otro punto de atracción turística, y por eso los autobuses de línea regular hacen un desvío para soltar a los viajeros que vuelven de ver los palacios. Se trata del Cabo da Roca, un páramo con un faro, un restaurante y un monumento que certifica que te encuentras en el punto más occidental de la Europa continental, digan lo que digan en Finisterre o el Cabo de San Vicente.

Cabo da RocaAdemás del atractivo geográfico, el lugar tiene el aliciente paisajístico de los grandes acantilados y roques que se alzan sobre el mar y contra los que choca el Océano Atlántico en todo su esplendor. La altura del lugar da vértigo, pero ni eso, ni los carteles de prohibición impiden que muchos turistas salten las vallas para asomarse y hacerse una foto al borde del precipicio.