Con el nombre más simpático de la geografía española, La Graciosa es la culpable de que las Canarias hayan pasado de ser 7 a 8, como si de repente una nueva isla hubiera hecho erupción desde el fondo volcánico del Atlántico, solo que la erupción fue burocrática. En cualquier caso, había que conocer esta nueva isla y la hemos conocido.
El nacimiento de una isla
A la Graciosa se le calcula una antigüedad de unos 20 millones de años y, que se sepa, siempre fue una porción de tierra rodeada de agua. Por eso resultó un tanto extraño cuando el 26 de junio de 2018, una comisión del Senado declaró oficialmente que La Graciosa es una isla. Así, tal cual.
Dio la impresión de que los senadores, que nunca supimos muy bien qué hacían, estaban a punto de aprobar la geografía de segundo de primaria. O igual por fin habían encontrado sentido a sus puestos de trabajo decretando lo obvio. Podríamos encontrarnos en las siguientes ediciones del BOE con que el Senado había declarado que el Ebro es un río y el Aneto una montaña, y así sucesivamente hasta dejar cartografiado burocráticamente todo el país.
Pero no, la cuestión es que hasta ese momento La Graciosa se había considerado un islote, que no es lo mismo que isla. Hay una diferencia de tamaño un tanto difusa entre uno y otra, como esa que hace que Plutón a veces sea planeta y a veces no. Pero hay otra diferencia, y es que según la RAE un islote está despoblado, y resulta que en La Graciosa vive una población permanente desde el siglo XIX.
El caso es que se declaró que La Graciosa es una isla y de repente hay que hablar de las 8 Islas Canarias en lugar de 7 y cambiar todas las canciones tradicionales y villancicos de la región. Una faena cultural. Y la cosa es que convertirla en isla no le aporta ninguna diferencia administrativa a La Graciosa: no tendrá un cabildo como el resto de Islas Canarias, y ni siquiera un ayuntamiento independiente, sino que seguirá dependiendo de Teguise en Lanzarote. Se trata entonces de un título honorífico sin aplicación práctica, como el de Senador.
La isla de La Graciosa
Aun siendo tan pequeña -apenas 29 km2- La Graciosa es la mayor del llamado Archipiélago Chinijo, que también forman otros cuatro islotes (estos sí, sin gente dentro): Alegranza, Montaña Clara, Roque del Este y Roque del Oeste.
Cada islote tiene además su correspondiente volcán, del que probablemente nacieron en algún cataclismo prehistórico para quedar esparcidos en el mar, al norte de Lanzarote, y para que millones de años después lo declaráramos parque natural. A lo mejor esta no es la explicación más científica sobre el asunto.
Chinijo, por si no lo habéis notado, es sinónimo de chico, pequeño, diminuto, y viene a ser un archipiélago pequeño que a su vez está dentro del archipiélago canario mayor, como muñeca rusa geográfica.
En La Graciosa viven, oficialmente, unas 700 personas agrupadas en Caleta de Sebo, la capital y prácticamente única población, porque la otra apenas tiene un puñado de casas vacacionales. Caleta de Sebo es un pueblo de casas blancas y puertas azules, de calles de arena y sin alcantarillado, con su iglesia, su puesto de policía y su puerto, que igual es más grande que el pueblo.
Además de los habitantes habituales hay turistas, no muchos, porque no hay espacio, pero empiezan a proliferar los apartamentos, los bares y supermercados y las tiendas de alquiler de bicicletas. Aun así, el turismo aún no ha hecho estragos por la dificultad para llegar (solo salen ferris hacia La Graciosa desde el pequeño puerto de Orzola al norte de Lanzarote), y la protección oficial que hace que la isla permanezca desierta en casi toda su extensión.
¿Por qué hay que ir a La Graciosa?
Porque si ya decíamos que el paisaje de Lanzarote es extraño y digno de ver, el de La Graciosa lo es más, y adentrarte en ella es como aventurarse en uno de los últimos paraísos naturales que están al alcance de cualquier viajero. Cuatro volcanes definen el perfil de la isla y marcan los caminos por donde se puede circular, ya sea en los 4×4 que llevan a los turistas o, mucho más recomendable por aquello de la comunión con la naturaleza, en las bicicletas que se alquilan en la Caleta.
A buen pedaleo te puedes plantar en media hora en la otra cara de la isla para conocer su mayor atractivo: la espectacular Playa de las Conchas de fina arena dorada, como de catálogo, con una textura que parece que te masajean los pies mientras caminas, con aguas azules cristalinas, y tres islotes como paisaje de fondo.
Pero para vistas, las que se disfrutan desde lo alto de la Montaña Bermeja tras una ascensión que te deja sin aliento pero que merece la pena para entender la forma de la isla y los islotes vecinos.
El tour en bici continúa por paisajes desérticos de dunas y arbustos, costas rocosas, la playa Lambra, un par de volcanes, y el otro pueblo, por llamarlo de alguna manera, que ya ha quedado para hacer postales, con su docena de casitas pintadas de blanco y su puertito con playita. Todo en diminutivo, así, en chinijo.
En otro extremo de la isla, más cerca de Caleta de Sebo, pero impracticable en bicicleta por la arena, se encuentran las playas de La Francesa y Montaña Amarilla que también merecen un chapuzón y unas cuantas fotografías. Pero en general cualquier rincón de La Graciosa alejado de las casas es bueno para pararse un momento, admirar el paisaje alrededor y no oír nada más que el viento.