Viajar en enero

Todos los años por estas fechas aparece en los medios la noticia de que el tercer o cuarto lunes de enero es el día más triste del año. Los estudiosos, que no tienen otra cosa mejor que hacer que estudiar estas cosas, llegan a esta conclusión juntando el fin de las fiestas, la vuelta a la rutina, la cuesta de enero, el frío y duro invierno y algún que otro factor más para darle enjundia a la cosa. No sé si se ha necesitado una complicada fórmula matemática para elaborar la teoría, pero tal y como están las cosas no podemos tener a los estudiosos estudiando por gusto, así que si se empeñan en darnos esta información nosotros tendremos que hacer algo al respecto.

Está la opción fácil de tirar la casa por la ventana en las rebajas, esperando que la pasión consumista dispare nuestra adrenalina hasta el extasis, pero a mi la sola idea de dejarme arrastrar por las masas hasta las entrañas del Primark como quien se sacrifica tirándose de cabeza al volcán, como que no lo veo. Otros optan por volcarse en el deporte para redimir los pecados de las fiestas en busca del nirvana de «sentirse bien con uno mismo», que desde mi punto de visto solo sirve para añadir un sufrimiento innecesario a la dichosa fórmula de la tristeza. Por no dar más vueltas, la mejor solución es viajar. Para demostrarlo hay otros estudios como estos que afirman que viajar ayuda a ser feliz. Por cierto, sería aconsejable que los estudiosos de cosas obvias se pusieran de acuerdo en publicar sus teorías, porque decir que enero deprime y no publicar la solución hasta abril es, como poco, de mala gente.

Yo, que no soy estudioso, pero a veces me da por reflexionar, también descubrí hace años que enero es el peor momento para estar en Madrid, y por enero entiéndase a partir del día 7, los días anteriores pertenecen a ese otro mes extraoficial llamado «comer y beber hasta perder el sentido» y que, dicho sea de paso, ha tenido este blog en suspenso unas cuantas semanas. Como decía, cuando empecé a enfrentarme a los inviernos de la meseta que congelan el ánimo y el carácter durante semanas sin una mísera festividad a la vista que te levante la moral, decidí que ésa era la mejor época para huir. Para huir a destinos cálidos, por supuesto, por lo que la Europa continental quedó automáticamente descartada.

Los primeros años empecé por la opción más a mano y recorrí las Islas Canarias que aún no conocía, Lanzarote y Fuerteventura. Luego la cosa se puso más ambiciosa y llegaron Miami y Bahamas, y en los últimos tiempos ha tocado descubrir Sudamérica, ya en plan viajeros infrecuentes, empezando por Argentina y siguiendo por Brasil y Perú. A los encantos que tienen todos estos destinos de por sí, hay que sumar el aliciente de disfrutar el calor mientras piensas «qué frío están pasando todos en Madrid». A este pensamiento malsano, pero necesario es imprescindible añadirle un buen tono de piel morena que lucir a la vuelta de vacaciones. «¿Has estado esquiando?», «No, no, en la playa», contesta uno mientras desabrocha un botón de la camisa para demostrar que el bronceado es total. Desconozco si los estudiosos han incluido como uno de los factores de la fórmula de la tristeza el pinchazo de envidia al ver a alguien volver de vacaciones fuera de temporada. Por si acaso yo prefiero ser parte de la fórmula a sufrirla.

En fin, estoy escribiendo todo esto en la estrechez de mi asiento de avión (un saludo para Iberia) a punto de empezar un nuevo viaje, ésta vez de más corto alcance y duración, e incluso es muy probable que después de escribir este texto el karma me lo pague con frío (no sería la primera vez), pero en cualquier caso confío en que tenga el mismo efecto positivo en el ánimo y en la salud. Con suerte, os lo contaré la próxima semana.

Pd. Justo antes de publicar esta entrada, me he topado con este artículo y ya no sé si me han embaucado o soy un visionario, pero ande yo caliente…

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