Por ahí viene el monzón

Nos lo advertían las guías y los partes meteorológicos: En esta época en Tailandia llueve. La cuestión está en la intensidad. Después de dos semanas de viaje ya nos habíamos hecho a las tormentas de verano que llegan, inundan y se van. Hasta le habíamos encontrado atractivo a ese sonido salvaje, esos rayos en la lejanía, esos truenos de fin del mundo. Hasta que te pilla una debajo, claro.

Lluvia en el Río Chao Phraya
Lluvia en el Río Chao Phraya
Durante una excursión por el río Chao Phraya en Bangkok nos cayó agua como para acabar con la sed en el mundo y mientras el buen barquero intentaba llevarnos a tierra como buenamente podía, nosotros achicábamos a manos llenas para no hundirnos en aquellas aguas, mucho menos salubres que las que caían del cielo, todo hay que decirlo. No serían más de 5 o 10 minutos bajo el chaparrón, pero al llegar al hotel tuvimos que poner a secar la ropa, la guía, el dinero, el móvil, y hasta el alma.

Aún así, aquello no fue más que eso, una tormenta. En Phuket descubrimos en carne propia lo que es el monzón:. consiste en que la estampa paradisíaca del sol sobre las aguas turquesas empieza a enturbiarse, y allí donde había esperanzadores probabilidades de piel morena comienzan a formarse nubarrones que anochecen el mediodía. No pasa nada, la temperatura sigue siendo tropical, incluso se agradece un poco de sombra, pero entonces empieza a correr una ligera brisa que va intensificándose con la misma rapidez con la que los tailandeses empiezan a recoger los puestos callejeros, las pizarras de las terrazas, los carteles de happy hour de los bares. Es una pista de que algo se avecina, pero los turistas son osados, van con chanclas y a lo loco. A lo lejos se oyen truenos, se ve algún relámpago. Qué divertido. A continuación caen unas cuantas gotas. Es un goteo esporádico pero de grandes dimensiones, los extranjeros miramos hacia arriba como si nos acabara de desaguar algún aire acondicionado. Esto solo dura unos segundos, aquí no existe el verbo «chispear»,  antes de que nos demos cuenta de lo que pasa se abren los cielos y es como si se hubiera roto la presa de Asuán. En ese momento comienzan las carreras de los desprevenidos y los concursos de camisetas mojadas. Mientras las calles se inundan, las tiendas y bares se van llenando de gentes a escurrir con cara de susto que acaban por pedir un café caliente para justificar su presencia en el Starbucks de turno, como si su aspecto de refugiado no fuera suficiente para darles cobijo.

Después de un buen rato parece que amaina, la intensidad disminuye, las palmeras vuelven a su posición vertical y los turistas ignorantes pensamos que llega la calma tras la tormenta y empezamos a salir de  nuestros refugios improvisados. «Vaya tormenta ¿eh?» Se dicen con los ojos unos a otros y sonríen como supervivientes del diluvio. Y cuando menos lo esperan, zas, otro resoplido huracanado que se lleva las gorras que aún permanecían en las cabezas, otra tromba de agua sin dosificar, por si les quedaba algún rincón por lavar, y vuelta a las carreras. Y así durante todo un día y toda una noche.

Nosotros ya llevábamos la lección aprendida, y no teníamos intención de bañarnos más que en las cálidas aguas del Mar de Andamán o en las piscinas tropicales de los hoteles. Así que una de esas nos tuvo demasiado tiempo sentados debajo de una cornisa mientras observábamos consternados que entre el hotel y nosotros caía una cortina de agua infranqueable. Además de la lluvia comprobamos que las advertencias del hotel de no colgar ropa en los balcones no era un empeño estético, sino una prevención a la diáspora de toallas y bañadores que el viento esparce por todo Phuket durante esta época del año.

Luego de repente vuelve a salir el sol, vuelven a salir los puestos a las calles, los turistas a las playas, y aquí no ha pasado nada. Afortunadamente no es algo que te estropee el viaje, salvo que solo vayas a estar un día. Como dice el otro viajero infrecuente, «Total, venir aquí con el monzón es como ir cualquier verano a Asturias, cuestión de suerte».

 

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