Viajeros Infrecuentes Machu Picchu

Ponga un Inca en su vida

Llamadme inculto, (pero a mis espaldas, que no me duela) pero siempre creí que la civilización Inca era un imperio milenario, una raza que vivía en paz y armonia entre ellos y con la naturaleza, hasta que llegaron los terribles españoles y acabaron con todo. Pues solo esta última parte era verdad.

Resulta que el imperio Inca como tal no llegó a durar ni 150 años. Comenzó a extenderse desde Cuzco, cuando el noveno Inca, Pachacútec, decidió que el frotar se iba a acabar y que en lugar de sufrir invasiones de las tribus vecinas serían ellos los que invadieran a los demás. Con esta actitud amigable sometieron a los que se dejaban y pasaron a cuchillo a los que no, y así llegaron a dominar a unos 10 millones de indígenas de otras etnias repartidos por lo que hoy es Ecuador, Perú, Bolivia, Argentina y Chile. Ojo, todo esto, cuando en el viejo mundo ya se había inventado la imprenta, vamos, el otro día, por lo que no es tan raro encontrar tantos restos de su civilización en cada esquina.

Inca Pachacútec
Inca Pachacútec

 

Aquí ya comentaba que en Cuzco, como ombligo del imperio (tal cual, es lo que significa) se puede apreciar mucho del estilo Inca aunque mezclado con el estilo colonial español. Pero para ver ruinas de las buenas es mejor salir a las afueras, por ejemplo a Saqsaywaman, un templo luego convertido en fortaleza, construido con unas piedras enormes de cientos de toneladas de peso -que vaya usted a saber cómo hicieron para amontonar unas encima de otras- y con unas magnificas vistas de la ciudad de Cuzco.

En esta ciudad confluían diversos caminos que recorrían el imperio de parte a parte. Lo que queda de ellos se conoce como el Camino Inca y es una experiencia fascinante recorrelo y pisar las mismas piedras que pisaron los incas e ir parando en sus distintas ciudades y fortalezas que aún se mantienen en pie. Debe de serlo, pero nosotros como buenos viajeros infrecuentes lo hicimos en bus. Eso sí, aprovechamos para ver lugares con encanto como el inmenso Mercado de Pisac o la majestuosa fortaleza de Ollantaytambo coronada por un templo dedicado al sol.

Y luego, claro, está Machu Picchu, que nunca tuvo relevancia histórica y ni siquiera fue una de las ciudades más emblemáticas ni estratégicas para el imperio inca, y sin embargo llegas allí y ves esas vistas y te quita el aliento (bueno, la subida ya de por sí te deja un poco asfixiado). Además de las fotos de rigor y el paisaje espectacular, a todo aquél que tenga un mínimo de curiosidad por saber cómo vivían los Incas y cómo adoraban al Sol y a la naturaleza, le resultará interesante. Al que no, se puede quedar en las aguas termales de Aguas Calientes, al pie de la montaña, y presumir de haber recorrido el Perú sin haber puesto un pie en Machu Picchu. Como los conquistadores.

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