Siem Reap es apenas un pueblo, unas cuantas calles cubiertas por polvo o barro, según el momento en que haya caído la tormenta del día, pero se ha convertido en una parada turística obligatoria por ser la población más cercana a Angkor Wat. Las calles están atiborradas de tuc tucs en formato de moto más carruaje, que se entremezclan sin un claro sentido de la circulación, y se pelean por conseguir la atención de los turistas para conducirles por el gran o pequeño tour de la ciudad perdida, o para llevarles de vuelta al hotel después de una noche de fiesta.
Las calles son una sucesión sin orden ni concierto de albergues de medio pelo y hoteles de lujo, tiendas de conveniencia y ventorrillos. En el «centro» del pueblo se encuentra el enorme mercado de souvenirs conocido como el «mercado de noche», porque es al atardecer cuando empiezan a acudir los turistas, al mismo paso que los mosquitos, después de pasar el día viendo templos y piedras, y ya libres -ducha mediante- del sudor, el polvo y la impresión de Angkor Wat. Alrededor del mercado se concentran los puestos de comida a pie de calle y los restaurantes de cierto nivel con vistas a la multitud desde un segundo o tercer piso. Entre unos y otros, la significativamente llamada «Pub Street» es la calle de los bares y discotecas donde la música suena más que los truenos y funciona como reclamo junto a las luces de neón y los cubos de cervezas. El dólar es la moneda oficial en Siem Reap, aunque todo tiene unos precios tan irrisorios que la unidad monetaría podría ser el centavo. 50 céntimos las cervezas, 1,50 dólares las copas en chiringuitos improvisados que lo mismo ofrecen cócteles de dudosa composición que saltamontes a 10 céntimos el puñado.
En las afueras, selva. O jungla, o como se llame. Verde al fin y al cabo. Interrumpido por algún súper resort o alguna escuela primaria aquí y allá. Los señores que parten hacia los templos en coches de lunas tintadas y aire acondicionado, saludan a los niños descalzos que llegan tarde al colegio. Siem Reap es uno de esos lugares que no se sabe muy bien si el turismo los ha desarrollado o se los ha llevado por delante.