Acabo de pasar una semana en Londres, lo que ha sido una temeridad teniendo en cuenta mi aversión al otoño londinense, que por otra parte suele durar todo el año. Pero este Londres no parecía Londres, sino una primavera madrileña, con cielos despejados, mangas cortas y atardeceres espectaculares. Así que puestos a conocer un Londres distinto, el pasado fin de semana nos dedicamos a los contrastes: Lo turístico y los arrabales, lo fashion y lo underground, lo más moderno y lo más rancio de la Gran Bretaña.
Casi siempre que voy a Londres me alojo cerca de Victoria por motivos prácticos: Es el lugar céntrico mejor conectado con el aeropuerto de Gatwick; y eso que desde hace años los alrededores de Victoria Station están en obras, tantos que no recuerdo como era la zona sin las vallas y grúas (como cuando empezamos a creer que la M-30 era solo una sucesión de excavadoras). Por la pinta que tienen las construcciones, sospecho que el resultado acentuará esa mezcla de edificios estrambóticamente modernos con las típicas construcciones inglesas, las oficinas de negocios y los hoteles victorianos enmoquetados hasta el baño, los centros comerciales y, lo que más me gusta, esas tabernas tan características como la Shakespeare o The Albert rodeadas de rascacielos, como aldeas galas sobreviviendo el asedio del mundo financiero. Y en medio de todo, el teatro Victoria Palace, desafiando también a la arquitectura moderna igual que Billy Elliot desafía a la gravedad en sus carteles luminosos.
Desde Victoria hasta el paisaje más emblemático de Londres hay tan solo un breve paseo. Basta recorrer Victoria Street unos cientos de metros para acabar topándose con la Abadía de Westminster y, a su espalda, el Parlamento con su Big Ben. Entre uno y otro están todos los turistas del mundo. O al menos esa es la impresión que da al verlos en hora punta. Apenas nos detuvimos a hacer unas pocas fotos porque esta vez nuestro objetivo estaba al otro lado del río, en la otra, más moderna, atracción turística de la ciudad, el London Eye. Sí, ya sé que es solo una noria lenta, pero desde allí pudimos contemplar las mejores vistas de Londres que he visto nunca.
A la orilla del Támesis hay otros atractivos que también visitamos, como los modernos restaurantes diseñados para el afterwork de los urbanitas y el disfrute de los turistas o los puestos callejeros de comida o cerveza artesana como el Look mum no hands (Mira mamá, sin manos) bajo el puente del Golden Jubilee. En realidad en este viaje hemos descubierto que los lugares más alternativos de Londres están bajo los puentes, tal vez imitando a Camdem, por lo que nos parece mucho más apropiado el término underbridge en lugar del ya gastado underground que en cualquier caso no sabemos muy bien qué significa.
Y para Underground o underbridge o lo que fuera, la experiencia del sábado. Mi imagen de Portobello Road se había quedado en el “todo se compra y se vende” de La Bruja Novata, así que además del encanto de las casas de colores, los anticuarios y los puestos callejeros, no esperábamos encontrarnos con un lugar como Acklam Village, una sala de conciertos montada bajo el puente con bandas de rock tocando en directo, puestos de comida del mundo, barras de bar e inmobiliario chill out. Horas nos pasamos allí, pinta en mano.
Para completar el Londres alternativo, el sábado por la noche salimos por Brick Lane, que es básicamente una larga calle con olor a paprica en una sucesión infinita de mini restaurantes de India, Sri Lanka o Bagladesh. Como una Lavapiés londinense, vaya. Hasta que llegas a un punto en el que los restaurantes dan paso un puñado de antros con buena música que hervían de aficionados al Mundial de Rugby. Del partido de rugby apenas nos enteramos, claro, pero el lugar era de lo más entretenido.

El domingo volvimos al mundo pijo londinense, al rancio abolengo imperial: Un paseo por delante de Buckingham Palace, atravesar Green Park para llegar a Trafalgar Square, una visita rápida a la National Gallery para ver los girasoles de Van Gogh, tomar unas pintas en Leicester Square a unos pasos de donde se esperaba a Robert de Niro y Anne Hathaway para estrenar una nueva película; y acabar comiendo en The Cambridge con vistas a algunos de los teatros más antiguos de Londres.
¿Que qué hice el resto de la semana? Trabajar. Y eso sí que no tiene ningún interés turístico.
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