Lo que recuerdo de Ibiza

Dicen que con Ibiza pasa como con los 80s, que si recuerdas haber estado es que no estuviste. O al menos no le sacaste todo el partido que deberías. Antes -no sé si ahora también- te recibía en el aeropuerto de la isla una pantalla con imágenes de fiesta y musicón bajo el letrero de Amnesia. Es una discoteca sí, pero también una advertencia. Yo personalmente tengo un recuerdo difuso de las dos veces que he estado en la isla, pero puede deberse a mí falta de memoria general. Esto es, a grandes rasgos, lo que recuerdo:

La fiesta

Seguro que os ha pasado: no importa el lugar recóndito del mundo en el que te encuentres ni el idioma que se hable, cuando dices de dónde vienes, siempre hay alguien que siente la necesidad imperiosa de demostrar sus conocimientos de tu país con un par de palabras y una sonrisa. En el caso de España la mayoría expresa este conocimiento futbolísticamente, recurriendo al binomio «Barça-Madrid». Los más gastronómicos optan por el clásico «¡Paella! ¡Sangría!», pero hay también un gran grupo de personas que exclama «¡Fiesta! ¡Ibiza!».

La fama precede a la isla. Los hippies, los famosos, los djs de moda, los vuelos charter para ir a una discoteca y volver, las sustancias psicotrópicas, los chill-out, los after, los cafés del mar, los reservados frente al mar. A todo eso suena. Incluso en otras islas también famosas por su desenfreno como Mykonos o Morro de Sao Paulo, he visto camisetas-souvenir en las que intentan convencernos de que sus fiestas son mejores que las de Ibiza (Sospecho que en la etiqueta también se lee «Dime de qué presumes…»). La cuestión es que en mi recuerdo, y en el de mucha gente, el concepto de diversión está asociado a la isla y no te puedes permitir volver de Ibiza sin habértelo pasado bien, es una responsabilidad.

No hace falta que te empeñes en buscarla, la fiesta viene a ti. Ya puedes estar tumbado tranquilamente en la playa o tomando algo en el casco antiguo, que en cualquier momento puede aparecer una troupe de gogós armados con flyers y pulseras de descuento convenciéndote de que vayas a este o aquel club. Se desplazan así, detrás del estandarte de cualquier sesión de discoteca, como si fuera una procesión o una murga, solo que ataviados con mucha menos ropa, y prometiendo con cantos de sirena (o disco-trance, lo que sea) la mejor fiesta de la isla.

Recuerdo, por ejemplo, una sesión en el Space con un espectáculo de música y variedades como si fuera la versión techno de Noche de Fiesta. El dj -que debía ser famoso, si no, no estaría allí- se situaba frente a un enorme decorado que simulaba un motel parisino donde las y los gogós bailaban o posaban en distintas habitaciones. Al decorado había que sumarle trapecistas, acróbatas, y, a eso de las tres de la mañana, la mismísima Rossy de Palma subida sobre un piano cantando La Vie en Rose. Como para olvidarlo.

Las playas

Ibiza no se ha labrado su fama cerrando los locales a las 6 de la mañana. Durante el día también hay fiestas en los afters o las sesiones matinales que por defecto acaban en la playa D’en Bossa, unos para dormir la resaca, otros para volver a bailar al son de los chiringuitos. Recuerdo que la sobremesa en el Bora-Bora fue uno de los momentos más divertidos de mis viajes a Ibiza, por la espontaneidad playera con la que todo el mundo reía, bailaba y bebía, entre la arena y el agua salada.

Cala D'Hort en IbizaPero la playa D’en Bossa es casi una excepción. La primera vez que fui a Ibiza con varios amigos cogimos un coche y la recorrimos de punta a punta (tampoco es muy difícil) haciendo parada de chapuzón y caña en todas las playas que encontramos, como si fuéramos los inspectores que ponen las banderas azules. Todas de sobresaliente, por cierto. Aunque para ser precisos, en lugar de playas hay que hablar de calas, porque la mayoría son pequeños y maravillosos rincones escondidos entre rocas y árboles. Tan pequeñas, que no sé cómo toleran la temporada alta en la isla. Destacaría Cala Bassa, Las Salinas, el paisaje emblemático de Cala D’Hort, o el marco nocturno de Cala Salada… y todas esas de las que ya no me acuerdo.

Los precios

Tal vez recordaréis aquella foto de un ticket de chiringuito de playa donde cobraron más de 300€ por una comida para dos. No recuerdo si fue en Ibiza o en Formentera, pero lo mismo da. En Ibiza cuesta hasta respirar. Es lo que tiene la fama, que sube el caché. La primera vez que fui a Ibiza era mayo y aún estaba por comenzar la temporada, por eso Pachá ofrecía sus entradas a mitad de precio: 30€ de nada… 60€ es un precio normal para una entrada, a no ser que lleves una de esas pulseras que te hacen sentir especial por entrar gratis, hasta que tienes que pagar 12€ por cada tercio de cerveza o 6€ por un triste chupito. Que ya lo sé, que Ibiza es Ibiza y Pachá es Pachá, pero dudo que se pueda uno pasar un verano entero allí sin hipotecar la casa.

La ciudad

IbizaPersonalmente, creo que el mejor recuerdo que tengo de Ibiza, además de sus calas escondidas, es su capital. A la UNESCO también le pasa lo mismo y por eso la declaró Patrimonio de la Humanidad hace unos cuantos años. La colina que forma el casco histórico es digna de disfrutar entera, desde su base de callejuelas y paredes blancas donde te encuentras tabernas hippies, galerías de arte y restaurantes estafaturistas, al interior de la muralla de Dalt Vila y sus recovecos llenos de encanto hasta llegar a la cumbre del castillo para admirar las vistas. Imperdible e inolvidable.

La ficción

Libro Viajeros InfrecuentesUno de los relatos más relevantes del libro Viajeros Infrecuentes está construido con los recuerdos que guardo de Ibiza, y está protagonizado por una misteriosa gogó que esconde su fealdad tras una máscara:

Tres metros por debajo de su pedestal situado al fondo del escenario, una multitud de jóvenes se movían como una marea animal al ritmo de la música. Unas semanas antes, sentada en una cafetería de la ciudad vieja, la gogó más famosa de la isla recibió una llamada desde un número desconocido.
—¿Eres la fea?

Confío en volver pronto a la isla para revivir los recuerdos.

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