Un título como este, La Cabeza Perdida de Damasceno Monteiro, solo puede ser una novela policíaca o un ensayo trascendental sobre la conciencia. Afortunadamente se trata de lo primero, en su mayor parte, porque a veces Antonio Tabucchi se pone espléndido y filosofa.
«Hubiera querido decir que a él Oporto no le gustaba, que en Oporto se comían sobre todo callos al estilo de Oporto y que a él los callos le provocaban náuseas, que en Oporto hacía un calor muy húmedo, que la pensión que le habían reservado sería sin duda un lugar miserable...»
En las afueras de Oporto se descubre un cuerpo decapitado y el periódico de sucesos O Acontecimiento envía al periodista Firmino a cubrir la noticia. Firmino es un joven Lisboeta con inquietudes literarias que se toma el encargo con pereza y resignación. Tiene aversión hacia la ciudad, pero mientras desentraña el caso de Damasceno Monteiro se va enamorando de distintos rincones Oporto fácilmente reconocibles para un turista: La Rua das Flores, la plaza de la Batalha, el barrio de la Ribeira, los callejones empinados, los mercados y rastrillos, etc. La investigación le lleva a descubrir y describir la sociedad portuense de finales del siglo XX, desde las clases trabajadoras más bajas a los aristócratas venidos a menos, de los gitanos apartados a la policía corrupta. Algunos personajes como la casera Dona Rosa son más curiosos y entrañables, otros como el abogado del caso le dan un toque más intelectual, tal vez pedante, a la historia.
En la descripción de la ciudad no faltan referencias a la gastronomía típica de Oporto que, para alegría del protagonista, no se reduce a los temidos callos, y que pueden servir de sugerencia al visitar los restaurantes y tavernas más típicos.
Es de esperar que, como a cualquiera que visite la ciudad, al protagonista le acabe encantando Oporto, a pesar del truculento motivo que le ha llevado allí.
«Qué distinto era ver una ciudad con una hermosa luz y un sol deslumbrante […] Oporto tenía un aspecto alegre, vital, bullicioso, y las macetas de los alféizares de la Rua das Flores estaban todas floridas«.
