Hay un Castillo en Edimburgo

Antes de llegar sabíamos que Edimburgo tenía un castillo… Y poco más. Así que hemos venido decididos a explorar la ciudad y de paso a aprender a apreciar mejor la cálida primavera española. Os puedo confirmar que sí, efectivamente hay un castillo, y que es sin duda el punto clave de la ciudad, el lugar al que se dirigen todas las miradas, el paisaje que aparece en todas las fotos y el destino que no puede perderse ningún turista. Digamos que es la torre Eiffel Edimburguesa. Aún más, porque aquí está claro que primero fue el castillo y luego la ciudad. Definitivamente teníamos que empezar la visita por aquí, no fuera a ser que nos entretuviéramos en un pub y se nos pasara.


La historia de Edimburgo, y la de Escocia, están definidas por lo bien o mal que se llevaran con Inglaterra en cada momento: ahora nos peleamos, ahora nos queremos, ahora nos matamos, ahora nos emparentamos. Es por eso que visitar el Castillo es una pequeña lección de historia sobre ambas naciones. Salones donde nacieron y se coronaron reyes, prisiones donde malvivieron los enemigos capturados, sótanos donde se sobrevivió a varios asedios, botines de los ejércitos, letrinas donde se escondieron las joyas de la corona, y además toda una colección de cañones, desde el descomunal e idolatrado Mons Meg de 150 kilos de peso, hasta el que actualmente da la hora todos los días a las 13 en punto con un cañonazo. Para el que no tenga ningún interés en la historia y solo le interesen los selfies, hay que reconocer que el castillo es también un catálogo de paisajes, las vistas de la ciudad desde cualquier almena o torreón son magníficas siempre que la niebla lo permita -nosotros tuvimos suerte- pero las propias construcciones dentro del castillo también son una joya en sí mismas.

La calle que lleva al Castillo es conocida como la Royal Mile y es toda ella un monumento por su sucesión de edificios antiguos, iglesias, torreones, palacetes y tabernas. Nos hemos pasado horas royal mile arriba royal mile abajo sin que esto signifique que no hubiéramos planificado nuestra ruta con anterioridad. Por supuesto que no. Pero no hay que cometer el error de limitarse a la calzada principal, a derecha e izquierda se suceden pequeños callejones por los que fuimos a parar a los paisajes más insospechados, eso sí, en nuestra guía decía que no era recomendable adentrarse en ellos por la noche, algo que por otra parte debe ser una recomendación válida para casi cualquier callejón en el mundo.

Catedral de Saint Giles, Edimburgo
Catedral de Saint Giles, Edimburgo

Algo admirable en la cultura Edimburguesa es que han sabido reaprovechar su excedente de iglesias para darles un uso alternativo y, desde luego, mucho más atractivo. Visitamos algunos ejemplos como el llamado The Hub que se ha convertido en la sede organizativa del festival de Edimburgo con cafetería incluida, o el Tron Kirk que ha pasado a alojar un mercadillo de artesanía y puestos de comida. Incluso hay otro templo que es ahora una atracción turística sobre Frankestein, ver para creer. La que sí permanece en uso es la Catedral de Saint Giles con su característico torreón en forma de corona, que no está dedicada a ningún santo local sino a unos huesos que hace tiempo compró un noble y que ya ni siquiera están ahí.

Dejando la Royal Mile por un momento, nos adentramos en la pintoresca Victoria Street hasta el Grassmarket, una explanada rodeada de pubs donde se montan puestos de comida y hay animadas actuaciones callejeras. Esto ahora, porque antes para divertirse colgaban aquí a los condenados, bajo la atenta vigilancia de los habitantes del castillo. De hecho, los nombres de algunos de los pubs de la zona hacen referencia a la horca o a colgados ilustres.

Callejeando en esta dirección descubrimos más escenarios de película (o saga de libros infantiles con mago protagonista, por ejemplo) como los de la Universidad o el cementerio de Greyfriars Kirk que siempre está de lo más animado porque es uno de los puntos estrella de los numerosos tours que prometen descubrir a los fantasmas de la ciudad.

En fin, que resulta que Edimburgo tiene mucho más que un castillo, tanto como para otra entrada, otro día.

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