Coca en el desayuno, coca al mediodía, coca por la tarde. Por la noche no, que si no luego no dormíamos. Estuvimos 7 días tomando coca para evitar el mal de altura. En infusión, eso sí, que además de legal, es más sano.
El mal de altura es basicamente el fallo en la adaptación del organismo a la falta de oxígeno en altitudes elevadas y puede producir náuseas, vómitos, dolores de cabeza, insomnio… vamos que te puede dejar hecho un trapo y pasar el resto de tus vacaciones en los Andes arrastrándote de una ciudad a otra.
Cuando llegamos a Arequipa, a ‘tan solo’ unos 2300 metros de altura, ya nos recomendaron masticar hojas de coca como hacen los oriundos o tomarlas como infusión o en caramelos, pero además nos advirtieron que el primer día en una nueva altura hay que seguir tres reglas básicas para evitar el mal:
1. Abstenerse de ingerir comidas pesadas.
2. No esforzarse demasiado.
3. No beber alcohol… ¡¡!!
Sé que a muchos os puede haber dado un vahído al leer el punto número 3, igual que nos dio a nosotros y no tenía nada que ver con la altura, pero oye, al fin y al cabo, viajar es vivir una sucesión de experiencias, y ver una nueva ciudad totalmente sobrios es también una novedad. Nos portamos bien, sobre todo al llegar al lago Titicaca, a más de 3800 metros, donde sí que daba cierta impresión de que no te daba el pecho para respirar todo lo que querías. Afortunadamente no tuvimos ningún problema y, pasado un día sin síntomas en cada destino, ya podíamos considerarnos aclimatados y disfrutar plenamente del lugar. Eso sí, para cuando llegamos a Cuzco ya nos salía la infusión de coca por las orejas.
Recomendaciones a no tener encuenta:
Los peruanos llaman a Arequipa la ‘ciudad blanca’, no por la coca, malpensados, sino por la piedra volcánica con que están construidos sus edificios de estilo colonial. Desde luego lo más espectacular es subir a una terraza en alto en la Plaza de Armas para ver cómo la luz del atardecer se refleja en la piedra blanca de la Catedral, y si ya te ponen un poncho para abrigarte y un pisco sour entre las manos, para qué quieres más. También está hecho en piedra el convento tamaño ‘ciudad’ de Santa Catalina donde las monjas vivían como curas (paradójico, ¿no?), con grandes habitaciones y salones para enclaustrarse con sus sirvientas -qué culpa tendrían ellas.
Probablemente la oficina de turismo de Perú nunca reconocerá que muchos turistas llegan hasta el lago Titicaca solo por lo gracioso del nombre. Nosotros, mismamente. Pero una vez allí descubres que hay cosas muy interesantes para ver, como las islas artificiales que aún construyen los Uros para vivir en el lago y que no les estorbe la gente de tierra firme. Es un decir, luego están deseando que lleguemos los turistas a visitarles y enseñarnos sus islas y casas hechas de juncos y cantarnos en su lengua Aymara y vendernos gorros y ponchos. Por si apetece más una isla afianzada al suelo, se puede visitar Taquiles donde se puede disfrutar de una vista más amplia del lago y visitar a una tribu Quechua que sigue conservando muchas de sus tradiciones.
Pero donde merece la pena pasar todo el tiempo del mundo es callejeando por Cuzco (perdón, Cusco, a ver si aprendéis). Es cierto que el diseño urbanístico fue un poco trágico porque la mezcla de estilos entre capital del imperio inca y colonia española no es algo que surgiera amigablemente en un pleno del ayuntamiento, pero el resultado ha sido una ciudad espectacular donde perderse para ver monumentos como la Catedral, el templo del sol o cualquiera de los antiguos templos y palacios convertidos en iglesias, pero también para recorrer callejuelas y bares y restaurantes con encanto. En fin, que yo me hubiera pasado más tiempo aclimatándome a la ciudad. Con coca o sin ella.
1 comentario en “Hasta arriba de coca”