De aquí a Lima

Por si alguna vez habéis utilizado la expresión, así, a la ligera, debéis saber que ‘de aquí a Lima’ hay en concreto 12 horas de vuelo. Y cuando digo ‘aquí’, quiero decir ‘de aquí, de Madrid’, como en los concursos telefónicos, aunque escribo esto desde una tumbona frente al Pacífico en la playa de Máncora. Lo comento para fardar, por supuesto, pero no todo es paz y tranquilidad en la vida del turista. Hace ya más de 10 días que llegamos a Perú, después de 12 horas encogidos en la clase turista de LAN, y desde ese día en que paseé mi tendinitis por el barrio de Miraflores hasta hoy, hemos sufrido el síndrome del peep show, esto es, querer ver mucho en muy poco tiempo.

Han sido 10 días de madrugones, vuelos, autobuses, visitas y ampollas en los pies que no hubiera podido superar sin el autentico oro del Perú: la cerveza cusqueña. Pero ha merecido la pena, por recorrer el centro colonial que se montó Pizarro en Lima, por tomarnos un pisco frente a la catedral de Arequipa, por subir a las islas artificiales de los Uros en el lago Titicaca, por perdernos en las callejuelas históricas de Cuzco, por dar de comer a las llamas y alpacas, por visitar las ruinas incas a lo largo delos Andes, y, claro está, por Machu Picchu.

Pero bueno, hablábamos de Lima, esa ciudad que vive en una neblina perpetua.

Recomendaciones a no tener en cuenta:
Muchos de los hoteles de Lima están en el barrio de Miraflores, que debe su nombre a que el turista llega y dice «Mira, flores» y ya está (esto lo he sacado del festival de humor), porque allí no hay nada más que ver. Bueno, sí, tiene un parque del amor (ay) y el centro Larcomar construido en los acantilados donde te puedes tomar una cerveza o un pisco mirando al Pacífico, así como quien espera ver venir a los conquistaodres de un momento a otro. Eso sí, los mejores restaurantes de Lima están en Miraflores, así que si lo que te mueve es el boom de la gastronomía peruana porque lo has visto en masterchef, tienes que pasar por allí a probar los básicos como el ají de gallina, el ceviche, el lomo saltado… Allí empezamos nosotros a trabajarnos el sobrepeso que nos a llevamos de vuelta.

Otro barrio a tener en cuenta es Barranco, por pintoresco, por bohemio, por las terrazas mirando al mar. Vamos, por los bares. Aunque las guías dicen que el mayor atractivo de Barranco es el puente de los suspiros (con un parecido asombrosamente inexistente con el de Venecia) en el que según la tradición tienes que aguantar la respiración mientras los cruzas para que se te conceda un deseo. No es un puente largo, se puede hacer, pero tienes que ir dando empujones a los turistas para poder llegar al otro lado y que se te conceda el deseo de seguir viviendo.

Por supuesto lo más destacable es el centro de Lima, la Plaza de Armas, y todas las calles y edificios de estilo colonial que a Pizarro y los suyos se les ocurrió inventarse en el lugar más árido de todo Perú, dónde apenas se ve el sol pero no termina de llover. Pero oye, le quedó bonita, y ahora es una ciudad de 8 millones de habitantes y Patrimonio de la Humanidad. Una vez hechas las visitas de rigor teníamos dos opciones: imitar a Santa Rosa de Lima y flagelarnos por los pecados de la humanidad, o ir a tomarnos un pisco en el Bolivarcito. Estáis advertidos: todo el mundo os va a decir que éste o aquél es el sitio donde hacen el mejor pisco de todo Perú. Yo no lo puedo confirmar porque no los probé todos, aunque ganas no me faltaron, pero sé que el del Bolivarcito estaba estupendo. Dicho esto, tampoco es que yo tenga un paladar refinado para el pisco, igual es solo que pedimos el tamaño grande y salimos cantando.

Por cierto, si alguna vez alguien se preguntó qué fue antes el huevo o la gallina, la ciudad o la fruta, he de decir que Lima se llama así por una derivación del río Rimac. Y la fruta ni siquiera es originaria de la zona ni del continente.

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