Azores es un buen sitio para ir cuando necesitas huir del mundanal ruido, del rutinario invierno, de una moción de investidura. Está lo suficientemente pérdida en el atlántico (1.400 kms de Lisboa y casi 4.000 de Nueva York) como para que todo te resbale.
Llegamos ayer a Ponta Delgada, la capital del archipiélago y la ciudad principal, por no decir la única, o ni eso. Es apenas un pueblo de 40.000 habitantes en la costa sur de la isla de Sao Miguel, con sus cuatro calles empedradas -alguna más-, sus plazas con dibujos de basalto al estilo portugués, sus iglesias de estilo colonial -o dictatorial según quien lo cuente-, y su puerto lleno de barcas de pescadores y avistadores de ballenas. La verdad es que el pueblo no está nada mal, porque tiene encanto y porque se come y se bebe estupendamente. Para muestra los filetes de carne y las canecas de cerveza que nos metimos anoche entre pecho y espalda en Casa Alcides, por lo visto un histórico del lugar que ha bautizado con su nombre el plato principal.
De momento lo que sabemos de Sao Miguel es que es una isla muy verde en la que habitan más vacas que gente, que producen piña y té, y que presumen de haber conservado su entorno del acoso del turismo «al contrario que Madeira y Canarias». Lo que en otras palabras debe querer decir que no tienen seguro de sol y se apañan con los que llegan hasta aquí perdidos en el Atlántico. De momento he de decir, que el clima, aun lejos de ser veraniego, es mucho mejor que el de la Europa continental, dónde va a parar, aunque aún estamos buscando el famoso anticilón de las Azores. Por lo demás, adivinamos más o menos las mismas características de la Macaronesia en la que así, a lo tonto, me estoy volviendo un experto.
A estas alturas de blog sobra decir que el viaje no está planificado. No hace ni una semana que decidimos el destino y compramos los billetes, así que prácticamente nos presentamos aquí con lo puesto, a ver qué hay. Afortunadamente lo que hay es mucha gente dedicada a que los turistas podamos recorrer la isla entera sin esforzarnos demasiado, así que no nos fue difícil organizar una excursión de un día para otro. En otro momento lo cuento.