Aquí seguimos, en Bali, haciéndonos los exóticos. En los últimos días hemos visitado Ubud y sus alrededores. Es la zona donde se pueden ver los típicos paisajes de terrazas de arrozales en medio de la selva, pero también es el centro cultural y artístico de la isla. Hemos aprendido cómo extraen la sal del mar, cómo tallan la madera, cómo esculpen la piedra, cómo trabajan la plata, y cómo pintan las tradiciones y paisajes balineses en cuadros espectaculares. Esta gente hace de todo, sobre todo si hay turistas que lo compren, y sorprendentemente Ubud es una ciudad muy turística, a pesar de no tener playa, porque muchos viajeros lo toman como base para hacer excursiones por toda la isla en lugar de ir con la mochila a cuestas como nosotros.
La ciudad esta llena de bares, cafeterías, restaurantes y hoteles a cuál mejor decorado. Apetece entrar en todos a probar una nueva receta balinesa, pero nosotros nos decantamos por la recomendación de nuestro guía Triana (ole) para probar el pato al estilo indonesio. El sitio en cuestión, Bebek Bengil, es enorme, lleno de templetes de madera entre juncos, senderos, estanques y puentes. El pato crujiente estaba muy bueno, es cierto, pero de las cinco salsas que lo acompañaban no pude comer ninguna porque con solo probarlas me ardían las entrañas.
Aún así, lo mejor que tiene Ubud es el bosque sagrado de los monos. El nombre lo dice todo: un bosque junto a la ciudad, con su templo decorado con monos tallados en piedra y cientos de monos vivos que se acercan y se suben a ti con total confianza. Si es curioso verlos de día corretear por el bosque, más curioso es verlos al caer la noche sentados en fila en el borde del parque viendo pasar a los coches y turistas como señoras sentadas a la fresca en la puerta de su casa.
Para conocer un poco más del folclore balinés, fuimos a ver una representación, en un templo al aire libre, de una leyenda local sobre la lucha continua entre el bien y el mal, representados por un dragón, Barong, y un monstruo femenino llamado Rangla que representa el mal. La obra en sí es un lío de personajes, criaturas, reencarnaciones y escenas de lucha. Afortunadamente antes de entrar te dan un guión para que puedas entender medianamente qué está pasando. Eso sí, lo mejor es la banda sonora en directo: un puñado de unos 15 o 20 ancianos ataviados con trajes típicos y colocados a la derecha del templo que van tocando flautas, gongs y xilólofonos acompañando cada acción que sucede en el escenario. Digno de ver, sobre todo cuando sabes que no son artistas profesionales, sino miembros de «la comunidad» que dejan de atender los campos por unas horas para conseguir ingresos extras para el pueblo.
No muy lejos de Ubud visitamos el Palacio de Justicia, lo que queda del Palacio Real Klungkung, que fue semidestruido durante la ocupación colonial holandesa. Es una buena forma de ver cómo vivian los diversos reyes de la isla en la época precolonial. Después de la ocupación holandesa, y de la japonesa durante la II Guerra Mundial, llegó la república y la dictadura militar de Suharto que mediante la reforma agraria dejaron a los reyes sin tierras pero no sin título. Como estos títulos se siguen heredando, hoy en día cualquier balinés de a pie puede, por ejemplo, llevar a arreglar su moto al taller del Rey del sur de Bali. Estamos por ver si llegaremos a conocer a algún rey en cualquier bar. No se me ocurre un lugar mejor.
Después de dejar Ubud, ya estamos instalados en el sur de la isla, en la zona con las mejores playas. Confío en que antes de irnos me dé tiempo a contar también cómo es esto.