Aún así, 10 años después, tengo que admitir que al final uno le acaba cogiendo cariño a la T4, como una especie de síndrome de Estocolmo aplicado a espacios funcionales que torturan al ciudadano. Al principio no, al principio todos estábamos en contra, no lo neguéis. Yo llegué a vetar la línea aérea que todos estáis pensando por no pisar la nueva terminal.Eran otros tiempos, corría el alegre año 2006, no había crisis, apenas había paro ni corrupción, la felicidad fluía por las fuentes públicas… Y nos quejábamos por gusto. La obra se había retrasado más de dos años y el sobrecoste nos parecía escandaloso. La distancia desde y hasta el centro de Madrid era abrumadora, había que hacer noche en el camino o dejarse más de 40 euros en un taxi. Su tamaño nos parecía descomunal comparado con los estrechos y enternecedores recovecos de la T2, se nos desgastaban las suelas de los zapatos antes de llegar a la puerta de embarque.Por no hablar de la odiosa Terminal Sur a la que te desterraban si se te ocurría algo tan extravagante como viajar a América; cuando por fin llegabas allí te daba la impresión de estar ya a la altura del trópico de Cáncer. También podías notar cómo crecían tus canas mientras esperabas por la maleta en la cinta de equipajes. Y todo ese espacio (¡470.000 m2!) para tres o cuatro aerolíneas que no ocupaban más de un tercio. Y luego estaba el diseño, que como todo en el arte es opinable, y con nuestro cuestionable conocimiento arquitectónico, lo pusimos a caer de un burro a pesar de que el arquitecto, Richard Rogers, ganó un premio internacional por el proyecto.
El tiempo juega en favor de la T4
Pero ay, eso era 2006 y esto era un país distinto. Aún no nos habían acostumbrado a los grandes derroches de dinero público -comisión de por medio- que hemos visto más tarde en instalaciones que nunca se van a utilizar. Tampoco había comenzado el deporte nacional de criticar a Calatrava y considerar que cualquier obra que no se caiga, bien hecha está.
Desde entonces la imagen de la terminal ha cambiado mucho en nuestras mentes. Es como esos jóvenes díscolos de las monarquías europeas que están en boca de todos por sus escándalos y de repente llega un día en el que, no sabes cómo, se han convertido en personas respetables. La T4 es la Estefanía o el príncipe Harry de la arquitectura.
También hay que decir que ahora es todo mucho más cómodo. El metro, el tren y los autobuses de larga distancia llegan hasta la misma terminal, se ha impuesto una tarifa plana de taxis equiparándola al resto de terminales, el servicio se ha hecho más eficiente con la práctica y las nuevas tecnologías y cada vez que visitamos un abarrotado aeropuerto inglés alabamos la infrautilización de Barajas, total para quejarnos de aeropuertos vacíos ya tenemos otros ejemplos.
Escribo todo esto, como no, en las salas de espera de la T4, donde estoy por empadronarme cualquier día de estos. Pensaréis que llevo tanto tiempo sin publicar porque he estado perdido en estos pasillos, pero no, he estado renovando la apariencia del blog ¡Espero que os guste!
3 comentarios en “El discreto encanto de la T4”