Entre viaje y viaje hemos estado de casa rural, lo que a priori implica un cierto relax, desconectar del mundanal ruido, del estrés diario; pero al final se reduce a comer y beber como si se acabara el mundo. Puede que nuestras mentes vuelvan algo más relajadas, pero nuestros estómagos están pidiendo una excedencia.
En España hay muchas opciones para hacer turismo rural. Según el último dato del Instituto Nacional de Estadística, sólo durante el mes de mayo, más de 290.000 viajeros se hospedaron en 16.000 casas rurales. Esperemos que no todos al mismo tiempo porque las colas para el baño siempre son un problema. Nosotros escogimos la zona de los pantanos entre Madrid y Ávila, un lugar atractivo y en principio accesible para gente de inteligencia media… Uno se plantea cómo hemos podido recorrer medio mundo si no somos capaces de coger el autobús correcto hasta un pueblo que se encuentra a hora y media de casa. Ésta es la medida del Viajero Infrecuente.
En concreto hemos estado en «Una casa junto al pantano, en el Camino del Aserradero». Así, entrecomillado, porque estamos seguros de que la descripción está ya recogida y registrada por cientos de películas de terror. Antes de llegar ya nos mirábamos unos a otros para averiguar quién de los siete sería el primero en morir. Aunque fue más inquietante imaginar el cómo: Un asesino en serie, una presencia maligna, una indigestión, una mala borrachera.
Puede que la imagen esté influenciada (o influida, como prefiráis) por mi cultura televisiva/cinematográfica: Siempre pensé que los pantanos eran lugares siniestros de aguas estancadas, niebla y vegetación espesa de los que invariablemente salía un monstruo verde y mojado. Sin embargo, cuando visité por primera vez los pantanos de San Juan y el Burguillo descubrí cuál era la auténtica playa de Madrid, con bonitos paisajes, aguas razonablemente limpias, mucha vegetación, chiringuitos y alegres familias domingueras. Casi ni se nota la contaminación madrileña aunque ya debe estar llegando al Mediterráneo.
La zona además es perfecta para realizar actividades en comunión con la naturaleza, como el senderismo o los deportes acuáticos. Esto es lo que se espera de un turismo rural bien entendido, si no fuera porque esta casa en cuestión contaba con dos elementos que nos ataban a ella: la piscina y la barbacoa. Una,para mojarnos y remojarnos durante todo el día junto a toda la colección de insectos de la meseta, que también huían del calor. Y la otra, para comer y recomer todo el día, más carbón y queroseno que carne, pero delicioso al fin y al cabo.
Dicho todo esto, aprovecho para hacer un llamamiento a los propietarios oportunistas y los turistas incautos: No se puede llamar ‘casa rural’ a cualquier cosa. Llámalo cuatro paredes que levantaste tú mismo con el sudor de tu frente y las herramientas de tu cuñado; llámalo desván donde guardas los muebles de la abuela hasta que terminen de desportillarse; llámalo incluso piscina con edificación anexa para hacer sombra, pero no vale que cualquier cuarto de aperos fuera de la ciudad sea una casa rural. Cada comunidad tiene sus propios requisitos para definir una casa rural y autorizar a alquilarla como tal, y entre esos requisitos hay ciertos niveles de calidad en la edificación y los servicios que no ofrecen muchas de las que se anuncian como tales. A mí en concreto, una casa en un pantano sin un triste monstruo, fantasma o asesino, no me merece ni una estrella en Tripadvisor.
Pero había un Pokemon. No se puede pedir más.
Muy buen artículo!