Canciones tristes en París

Han pasado ya algunas semanas y las canciones siguen sonando tristes en París. O tal vez siempre fueron algo melancólicas, ni tristes ni alegres, como te mira la Gioconda colgada en su pared del Louvre, como se miran esos famosos amantes en París, que ninguno conocemos, pero todos podemos imaginar, que no acaban de ser felices en la ciudad de la luz y el amor sino más bien afligidos, nostálgicos, atormentados.

Uno piensa en la canción francesa –chanson para los que saben de lenguas- y piensa en el «Rien de Rien» de Edith Piaff y el «Ne me quite pas» de Jaques Brel, y se le ocurre que desde que se dejó de bailar el can can en el Moulin Rouge, esta ciudad inspira un no sé qué de romanticismo dramático. Y aunque son los franceses los que más han cantado sobre París -faltaría más, para eso inventaron el chovinismo- también los visitantes se inspiran en esta ciudad y se dejan llevar por la melancolía. Yo mismo que apenas he estado allí tres fines de semana, el día menos pensado me pongo a componer un pequeño melodrama parisino.

Una fría tarde de otoño, por razones que no recuerdo o tal vez nunca supe, acabé recalando junto a unos amigos en una estación de metro parisina, que sin ser ni más ni menos destacable que otras, me llamó la atención por su nombre y el recuerdo de una canción: “Se peinaba a lo garçon la viajera que quiso enseñarme a besar en la Gare d’Austerlitz”. Luego, cuando Ana Belén hizo suya la agridulce Peces de Ciudad, la viajera pasó a ser Alain Delon, porque Ana Belén se lo puede permitir, no en vano ella ya había visto «arder París sobre el fuego de tu espalda». Así convertía el título de la novela y película sobre la liberación de París, Arde París, en una relación, digamos, ardiente, y «detrás de ese incendio que te mueve, se esconde una ciudad de 2000 años», y arde París con ella dentro. La Oreja de Van Gogh, atrapados igual que París en ese sí pero no de Mona Lisa, te pedían que volvieras «a sonreír, a recordar París, a ser su angustia». Los de La Unión en cambio, adentrados en el género fantástico, y basados en un relato francés de Boris Vian, crearon un «lobo-hombre en París, -su nombre es Denisse-» que se transforma cuando cae la noche. Para un personaje tan ‘romántico’, en el sentido literario y trágico del término, describen una escena final con «una joven con la que irá a contemplar la luna llena sobre París». Y nosotros les imaginamos perfectamente admirando la ciudad desde la colina de Montmartre, porque no hay un lugar más romántico desde donde ver un mejor paisaje.

Joaquín Sabina pasó una temporadita de autoexilio en la capital francesa tras cierto incidente con un cóctel molotov. Suponemos que alguien le despediría con algo parecido al «flaco, pórtate bien, au revoir, buena suerte en París» como le dicen a su mafioso en Yo también sé jugarme la boca,  que acaba recalando «bajo los puentes del Sena de los que pierden el norte, donde se duerme sin pasaporte y está mal visto llorar». Llegaría a la gran ciudad con lo puesto, a juzgar por lo que cantaba al decidir que él se baja en Atocha: «He sido un paria en París». Nos da más detalles de esta experiencia cuando dedica una canción al champán Viudita de Clicqout, y se atreve incluso a entonar los versos de la Marsellesa que tanto hemos oído últimamente “Allons enfants de la patrie, maldito mayo de París”.

Sea por su experiencia de mísero exiliado o por el mismo regusto tristón que deja París en tantos autores, la capital francesa es una mención constante y siempre algo melancolica en sus canciones:Yo no quiero París con aguacero” (Contigo); “Que no te dé el insomnio por contar las gaviotas del desierto, las amapolas de París” (Esta boca es mía); «Hoy dice el periódico que ha amanecido nevando en París … pero el diario no hablaba de ti ni de mí (Eclipse de mar). Hasta su madre ficticia se marchita porque su marido se ha marchado con otra y «exhibe sus sonrisas de instamatic en París, y piensa ¿quién me ha robado el mes de abril?»

Ismael Serrano, que no ha vivido en París que se sepa, y desde luego no en aquella época, se queda con la historia, casi leyenda de los que “Ocupasteis la Sorbona, en aquel mayo francés, en los días de vino y rosas«. Y para esto también vale la nostalgia  «Queda lejos aquel mayo, queda lejos Saint Denis, que lejos queda Jean Paul Sartre, muy lejos aquel París”.

En una calle de París los Duncan Dhu tenían «una habitación con un cuadro y un colchón», como cantaba Mikel Erentxun, antes de ser Mikel Erentxun, en otra historia de desamor. Y en ese cuadro que nunca acabó, pintó una sonrisa, tal vez también de Mona Lisa; y esa calle de París, que podría ser cualquiera, le recordaba, como le podría recordar a cualquiera, una noche de viernes «todo aquello que no fui, el final de una ilusión, en la noche en que París se estremeció».

 

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