Nos habíamos quedado, en nuestra larga caminata recorriendo calles y canciones de Buenos Aires, a punto de llegar al centro neurálgico de la ciudad, y al llegar no nos dio por llorar y gritar dónde estás como a Sabina, pero sí un ligero sobrecogimiento. ¿No tenéis la sensación de que cuando algo pasa en Argentina siempre pasa en la Plaza de Mayo? Desde los cacerolazos por el Corralito que derrocaron al presidente en 2001 hasta las incansables reuniones de las madres y abuelas de los desaparecidos, pasando por la masacre que causaron los militares cuando intentaron acabar con Perón. Ya desde la Guerra de Independencia, que se inició con la Revolución de Mayo que dio nombre a la plaza, aquí han sucedido los acontecimientos más importantes de la historia de Argentina.
Esta mítica plaza está rodeada por algunos de los edificios más emblemáticos del país que merecen la pena pararse a observar, como el antiguo Cabildo colonial, el Banco de la Nación, la Catedral Metropolitana, y sobre todo, la célebre Casa Rosada, el Palacio Presidencial, desde donde podrían asomarse en cualquier momento Nacha Guevara, Paloma San Basilio o -pongámonos espectaculares- la mismísima Madonna, para cantar lo de “No llores por mí, Argentina”.
Hechas las fotos de rigor, como si diéramos un discurso a los descamisados desde los balcones del palacio, seguimos caminando –qué grande es Buenos Aires- hacia el no menos famoso barrio de San Telmo (“Mándame una postal de San Telmo, adiós, cuídate”) que, por ser domingo, se encontraba en plena ebullición con sus puestos callejeros dando colorido a las calles aledañas al mercado. De puesto en puesto, y bebiendo cerveza Quilmes de bar en bar, llegamos hasta la Plaza Dorrego donde la música sonaba sin parar y se bailaban clásicos tangos -la Cumparsita, Cambalache, Yira…- para deleite de locales y extranjeros.
Pasado San Telmo y el parque Lezama, seguimos andando –qué enorme es Buenos Aires- hacia el barrio de Boca. Podríamos haber ido como indica la canción de Dieguitos y Mafaldas “De González Catán, en colectivo, a la cancha de Boca, por Laguna” ¡Si hasta vimos el autobús que lo indicaba! Pero no, estábamos decididos a gastarnos las suelas como tangueros. Nos habían advertido que la Boca es uno de los barrios más peligrosos de la ciudad, así que procuramos no parecer demasiado turistas y nos adentramos por sus calles llenas de grafitis y coches desguazados, guiándonos únicamente por la silueta de la Bombonera, por no sacar ni un mapa ni una guía que nos delatara. Ya dentro del estadio del Boca Juniors pudimos sentarnos en las gradas y fingir que éramos “los muchachos de la doce, más violentos, cuando la junan, en la bombonera…”.
Lo curioso es que en este barrio se encuentra uno de los lugares más turísticos de la ciudad: Caminito. Se trata de apenas un par de calles frente al viejo puerto en la desembocadura del río Matanzas, con casas antiguas pintadas de colorines y llenas de restaurantes y bares que han reformado el encanto de otra época, cuando la zona no era más que un arrabal de marinos emigrantes que empezaban a inventar el tango. Al inicio de la calle, unos azulejos enmarcados en la pared recuerdan la canción que se inspiró en este lugar “Caminito que el tiempo ha borrado, que juntos un día nos viste pasar…” Ahora, claro, tampoco faltan los tangos, cantados y bailados, pero para nosotros los turistas.

Para poder alejarnos un poco del turisteo, una argentina nos recomendó ir hasta el barrio de Palermo que, vaya por dios, estaba en el otro lado de la ciudad, y allá que fuimos y encontramos una zona llena de bares, restaurantes, terrazas y discotecas por donde salen los porteños y donde, según su canción, Ariel Rot tuvo un garito en la calle Honduras que perdió apostando por el dos de corazones. Fue una buena manera de quitarse la mochila de turista y disfrutar de unas Quilmes como quien se baja al bar de siempre a hablar en argentino y escuchar más canciones dedicadas a Buenos Aires.