Bangkok es una ciudad insufrible donde sus 11 millones de personas se desplazan por sus calles en un atasco permanente entre el bochorno del trópico, la contaminación sofocante y el característico olor a comida callejera. Sin embargo, existe una forma inmejorable de disfrutarla: desde su río y sus canales. Mientras estuvimos allí, tuvimos la oportunidad de navegar por sus aguas y descubrir paisajes llamativos, costumbres peculiares, e incluso algún que otro monstruo.
El Río Chao Phraya recorre con sus aguas turbias toda la extensión de Bangkok dividiendo la ciudad en dos y convirtiéndose en una de sus principales vías de circulación. Del cauce principal surgen a izquierda y derecha, como si fueran bocacalles, los canales o klongs que conducen hasta los suburbios más recónditos de la ciudad.

Nuestra primera imagen del río fue un paisaje de embarcaciones de todo tipo que lo cruzaban y recorrían constantemente como un enjambre de insectos que zumbaban sobre las aguas. Una vez superada la primera impresión, encontramos los ferrys de línea regular que por un precio irrisorio nos recogían y dejaban en pintorescos embarcaderos desde donde visitar los atractivos turísticos de la ciudad como el Palacio Real, el barrio chino, los mercados públicos, o los templos de Wat Pho y Wat Arun.
Durante los cuatro días que permanecimos en la ciudad viajamos por el río como quien va por la Gran Vía, barco arriba, barco abajo, mezclándonos con los locales, los monjes y los pocos turistas que aprendieron, igual que nosotros, que el viaje en ferry regular es 10 veces más barato que el turístico. Solo tardamos tres días en darnos cuenta de que muchos de aquellos lugares que visitábamos se encontraban a apenas 20 minutos a pie desde nuestro hotel. No nos arrepentimos, los viajes por el río daban a todo un toque más exótico.
Un paseo por los klongs
Algunas guías aseguran que Bangkok es conocida como la «Venecia oriental», lo que por supuesto solo responde a esa costumbre tan extendida de llamar «Venecia» a cualquier cosa que tenga un canal, y aunque las comparaciones son odiosas, la afirmación nos dio la idea de que los klongs eran un elemento fundamental para conocer la ciudad y no perdimos la ocasión de visitarlos.
En una pequeña barca capitaneada por un tailandés anciano y menudo que no hablaba una palabra de español ni de inglés, recorrimos kilómetros de canales donde se sucedían las casas flotantes en difícil equilibrio sobre el agua. Nos cruzamos con los niños que volvían del colegio en su propia barquichuela escolar, pescadores aposentados en el porche de sus casas o viejecillas que se acercaban a nosotros a bordo de sus piraguas para vendernos todo tipo de frutas o suvenires a modo de mercado flotante improvisado.

Cuando llevábamos más de una hora de recorrido nuestro capitán gritó llamando nuestra atención para que miráramos en dirección al margen derecho del canal. Desde allí un «monstruo» de más de un metro de largo nos observaba con su cabeza de lagarto en guardia. Tenía un aspecto similar a un cocodrilo, aunque el tono de su piel era negruzco y su lengua, que tuvo el descaro de enseñarnos, era la de las serpientes. Pudimos observarlo durante unos segundos antes de que se adentrara lentamente en el canal. Lo último que pudimos ver fue su cabeza sobre el agua a pocos metros de la barca.
Asustados miramos hacia el barquero preguntándole más con gestos que con palabras si aquello, fuere lo que fuese, sería capaz de nadar hasta nosotros. El viejecillo no hizo más que reír de nuestro susto, lo que nos hizo sospechar que no era la primera vez que mostraba algo así a los turistas. En esa tesitura nos encontrábamos cuando comenzaron a caer algunas gotas. Apenas nos dio tiempo a mirar al cielo antes de que el monzón descargara con toda su fuerza sobre nosotros.
Una vez a cubierto, aunque empapadas de arriba a abajo, no pudimos hacer otra cosa que reírnos. De la lluvia, del monstruo, del barquero, y de nosotros mismos, y con ésas nos volvimos al hotel atesorando un recuerdo más de Bangkok desde el agua.
Toni, el «monstruo» que vieron seguramente era un varano, un lagarto tranquilo e inofensivo (a no ser que te topes con el varano de Komodo, que habita en unas islas de Indonesia, es carnívoro y en ocasiones ataca a las personas). Lo único que me «dolió» de la entrada es la calificación de «insufrible» para Bangkok, una ciudad que puede ser complicada y a veces caótica pero también única. Por lo demás, mi gran error «occidental» en Bangkok fue no pensar en el Chao Phraya como una vía alternativa de transporte, cuando se me ocurría que hubiese sido una buena opción ya estaba fatalmente atrapado en el infernal tránsito. Mis únicas experiencias por el río de Bangkok fueron el regreso a Ayutthaya en un «petit crucero» y la vez que intenté consultar con un tailandés sobre el ferry que debía abordar para llegar a Khao San y me respondió en supuesto inglés: «olan flá» (se refería al barco de bandera naranja, «orange flag»). Prometo seguir leyendo el blog (principalmente lo referido a Tailandia) y también intentar recordar esta entrada si es que alguna vez regreso a esa ciudad que tanto extraño. Saludos!
¡Muchas gracias por tu comentario! Creo que ahora podré dormir tranquilo sabiendo qué clase de animal era.
Desde luego Bangkok es una ciudad única y con muchos atractivos, pero su tráfico rodado no es una de ellas, por eso el río nos pareció el medio perfecto. Y sí, nosotros viajábamos en el «orange flag» para poder ir venir de Khao San Road!
Lo que no visitamos fue Ayutthaya, y ese crucero que mencionas, tiene pinta de ser una buena opción, así que me lo apunto para la próxima.
Gracias y saludos!