Granada es más que la Alhambra. Aunque los millones de turistas que la visitan cada año vengan por ella, merece la pena estar al menos un par de días más en la ciudad, aunque solo sea porque hay que descansar entre tanta caminata, y porque hay que dejar tiempo para degustar las tapas en los bares.
Nosotros, por ejemplo, dedicamos una tarde entera a ver la Catedral y sus alrededores. Impresiona su tamaño, en su día fue una de las mayores del mundo. E impresiona también que haya que pagar para entrar, algo con lo que no estoy muy de acuerdo, pero en este caso fueron apenas 5 euros, y por el mismo precio nos dieron una audioguía que nos explicaba todo con tanto detalle que al salir nos convalidaron un curso de historia del arte. Columnas, cuadros, retablos, imágenes, reliquias, antigüedades… Cuando te lo cuentan bien, hasta las baldosas te parecen interesantes.
Adjunta a la Catedral, aunque con distinta entrada y precio (ejem), está la Capilla Real, y dentro, Isabel y Fernando, tan católicos ellos, enterrados en ataúdes de plomo, para que no se escapen. Junto a ellos, Juana la loca, que a efectos oficiales es Juana I, porque los motes quedan feos en las placas, y su marido, Felipe el Hermoso, condenado a pasar la eternidad junto a sus suegros. Estaba previsto que aquí se enterraran a todos lo reyes venideros, pero Felipe II decidió que hasta que no hubiera Ave, nada de irse hasta Granada a enterrar gente. Y hasta la fecha. Eso, y que le quedaba más a mano El Escorial. A cambio, los Reyes Católicos y su hija disponen de unos mausoleos monumentales en el corazón de la ciudad que son una auténtica obra de arte, como todo lo que hay en la capilla.
Alrededor de la Catedral hay un laberinto de callejuelas convertido en mercado de artesanía y más allá, calles peatonales con tiendas y bares. Estos últimos son una atracción turística en sí mismos, intercalados entre iglesias y monasterios renacentistas y casas mozárabes. En cada local se pueden ver hordas de visitantes del lejano oriente o el frío nórdico, esperando como niños la sorpresa de cuál será la primera tapa del día, y la segunda, y la tercera… Eso sí, todo funciona con parsimonia, si bebes las cañas con mucha ansia, igual no te llega la tapa a tiempo. Hay muchas otras zonas de tapas, como la calle Navas junto al Ayuntamiento, que es una de las principales, o la Plaza Nueva y el inicio de la Calle Elvira, pero se reparten por todo el centro. Nadie podrá decir que se fue de Granada sin ver un bar.
El Albaicín, con sus casas blancas y sus laberínticas cuestas empedradas es uno de los lugares con más encanto de Granada y es de visita obligada. Nosotros pasamos casi un día entero recorriéndolo de arriba a abajo, sin que nos perdiéramos más veces de las necesarias. En cada recodo te sorprenden vistas de la Alhambra, de las montañas o de la ciudad, y tienes que parar, hacer fotos, y seguir subiendo por donde la orientación buenamente te indique hasta un nuevo mirador. Desde que Bill Clinton dijo que desde aquí se ve la puesta de sol más bonita del mundo, el mirador de San Nicolás al atardecer es como el metro en hora punta, así que es recomendable coger sitio si quieres ver un paisaje libre de cabezas y palos de selfies.
Un poco más allá está la subida a las Cuevas del Sacromonte, una de las cunas del flamenco, donde los gitanos se ganan la vida cantando y bailando para los turistas. Yo estuve una vez, y no descarto volver, pero es que hay tanto que ver en Granada…
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